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martes, 31 de mayo de 2011

Adiós a Mayo (V Festival Internacional de Poesía Palabra en el Mundo)

La necesidad de expresarnos, de oír nuestras propias voces, de escuchar la Gran Voz dividida entre cada una de las gargantas de los seres humanos aún existe.

Señoras y señores, el mes de mayo se nos va. Pero yo no quisiera despedirme de él con la indiferencia de siempre, apachurrándole al botoncito de mi monigote-calendario que da vueltas a los días, mes tras mes, año con año. Esta vez tengo razones de sobra para celebrar el paso de un mes que en lo personal amo demasiado, no sé si porque soy masoquista (siempre hace más calor en mayo que en el resto de los meses) o porque el aire tiene un olor peculiar, como de primavera cuajadísima. El caso es que es para mí más que una necesidad, un privilegio el poder contar una de las experiencias más bonitas de mi quehacer como promotora cultural.

No estoy aquí para contarles cómo y por qué me hice promotora cultural. Sólo les diré que en los casi ocho años que llevo dedicándome a esto jamás había tenido una experiencia tan bonita. Hablo del V Festival Internacional de Poesía "Palabra en el Mundo". No sé si haya necesidad de ponerle todo el nombre: estoy segura que me hallaron hasta en la sopa con toda la propaganda. Pero yo quiero escribirlo una vez más para sentir otra vez esa vibra tan especial.

No sé por dónde comenzar. Supongo que por agradecer a todos y cada uno de los que hicieron posible un sueño personal: tener a esta ciudad chiquita dentro de un proyecto internacional que tuviera como eje algo tan trascendental como la literatura misma y en especial la poesía. Sé que en más de una ocasión Saltillo se ha unido a otro tipo de "proyectos", llámese violencia, delincuencia, pobreza, desesperanza... Verdaderamente eso no era lo que me interesaba. Quería tener una tarde distinta de todas las que se viven en este desierto. Afortunadamente me encontré con el proyecto poético de Gabriel Impaglione y su equipo (que hermana ciudades de América Latina y Europa). Gracias a esta idea de leer poesía al mismo tiempo que en otras ciudades (que en la vida podríamos saber que existen: el día se pierde entre el facebook, el hotmail y las noticias tristes del televisor), Saltillo abrió la puerta del desierto que es muchas veces su boca, su lengua, su mirada, sus oídos... Su alma.

De modo que gracias a Casa Tiyahui, Víctor Mendoza, Alberto Tovar, José Luis Zamora, Martha Matamoros, Mónica Almanza, Anna Pollock (los cuatro últimos pertenecientes a Finisterre Teatro), Lucía Sánchez, Lety Camacho, Raquel Ledezma, Abad Mendoza, Lupita del Alva, Acacia Estrada, Claudia Luna, Eduardo Ribé, José Luis Molina, Dona Wiseman, Livio Ávila, Diana Lugo, Juan Antonio Villarreal, Alberto Silva, Minerva Guerrero, Haidy Arreola, Xiomara Alvgar; a los poetas Javier Acosta y Juan Miguel Zunzunegui por permitirme leer su poesía, y a tanta gente que se congregó el 22 de mayo pasado en las instalaciones de Casa Tiyahui, un centro cultural independiente que le apuesta a proyectos fuera de serie, frescos y libres, como éste que pretendió (y lo logró) difundir la poesía una tarde de domingo caliente como ella sola a otros rincones de la ciudad. Ver a las familias a las afueras del recinto (y sobre todo aquella que permaneció casi cinco horas escuchándonos -con decirles que hasta la mamá amamantó al niño, uno que pasó por los brazos de todos-) escuchando atentamente lo que decíamos era casi un alucine para mí.

Creo en la poesía. En su valor estético, artístico, de comunicación, filosófico, emotivo. En su luz, en sus matices y en los regalos que otorga, pues la poesía sólamente dice una vez las cosas y no vuelven a repetirse. Es un rayo superior que, si no es captado en el instante, se va, cual libre que es por ser luz, si no se atrapa con la palabra exacta, difícilmente podrá tallarse en las letras lo que es único en un tiempo determinado. Y después de este acontecimiento tan bonito, tan lleno de gente que se dedica al arte y a la cultura (todos teníamos ganas de decir lo que esperábamos para volver a sentir paz, esa que se parecía tanto a las canciones de cuna de la Tierra cuando ésta aún no era un calvario ), creo en la posibilidad del sí en mi lugar. Sí a la posibilidad de cambiar la conciencia con una palabra, un verbo, un adjetivo, varios sustantivos. Un pronombre bien colocado en el corazón.

También creo en la ternura y en la solidaridad que mostraron todos mis amigos y compañeros. El arte se reivindicó ese día, durante unas horas, y volvió a ser aquel que existía por el puro placer de los humanos, sin más ni menos. Creo en las historias de cada abrazo que di y me dieron en respuesta. En el cansancio que ese día se quedó en la puerta, esperando a que su dueño volviera a recogerlo tras una jornada de como dos horas o más voces-poesía esperando salir un rato.

Estoy segura que esta experiencia es solo la primera de tantas que se harán en mi ciudad (sí, soy una chovinista de clóset). Me quedé tan satisfecha y feliz de todo lo ocurrido (los poemas leídos, los palomazos hermosos de la gente, la obra de teatro de Finisterre con que cerramos el evento) que amenazo con volver a saturarlos de invitaciones, anuncios e información en cuanto hueco esté disponible de otros eventos que también tienen su raíz en la literatura.

Ahora sí, puedo dejar ir a Mayo en paz.

Gracias, Mayo amado, por darme los regalos que esperaba tener para poder dar algo de mí (que por cierto, insisto, no habría estado igual de no haber confiado en un proyecto mundial, y de contar con el apoyo de los medios de difuisión independientes), Agradezco todas las cosas que aprendí ese día, entre ellas: que la voz levanta la barbilla y ajusta los corazones para seguir la lucha desde las trincheras de la palabra.

El próximo año, el VI Festival es lo primero que se agenda para Saltillo.

[La Nota:

http://www.vanguardia.com.mx/festivalinternacionaldepoesiasaltilloviveundiapoetico-730390.html

http://www.zocalo.com.mx/seccion/articulo/muestran-importancia-de-la-poesia/ ]

sábado, 28 de mayo de 2011

LA FIESTA AMARILLA

Para Licha Cisneros

Una fiesta amarilla y multitudinaria se abre paso en el cielo denso. Baja cálida, lentamente las escaleras de las nubes igual de cerradas que mi pesadumbre. Muy quedito, rompe la pared de mi cuarto y para cuando acuerdo, ya está dentro de él.

Por primera vez en muchos días, yo sé qué debo hacer. Tomarla. Unirme a ella. Decirle “¡Bienvenida!” sin pronunciar una palabra y extrayendo de mi habitación el silencio de todas las palabras buenas del mundo que sirven para el mismo acto del recibimiento de los regalos. Acariciarla, darle muchos besos a ese baile loco de chispitas transparentes que vuelan, coquetas, mientras intento agarrar su luz. Colocar mis mejillas junto a su calor. Encender el recuerdo de las cosas redondas y buenas, amarillas, luminosas, como eso que avanza en calidad de canción exclusiva para mí, proveniente de esa cosa llamada Sol, oculta hoy por la junta de nubes, y es la nueva casa de mamá…

Acabo de darme cuenta de que mamá vive en el Sol. No, no me sorprendo. En lo absoluto. Redonda como era, su nueva casa debía ser igual. Solamente ahí podría ser ella misma, cantar de principio a fin todas las canciones de su repertorio, más grande que el de la XEKS y todas las estaciones de FM juntas. Sólo ahí podría indicarles a otros habitantes del lugar, igualmente buenos, redondos y tiernos, la cantidad exacta para hacer las tortillas de harina más ricas del Sol. Ya me la imagino: “pónganle tanto de esto así y otro tanto de esto así”, con su puño semicerrado. Y todos –casi puedo verlo– frustrados porque sus manos no tienen la misma medida que las manos de ella y obvio, tampoco allá les saldrán, como pasó con las vecinas que siempre se quedaron con la incógnita de cuál sería el elemento faltante para el éxito de sus tortillas de harina. Lo veo tan clarito que hasta me dan ganas de decirles: “Ella es única. Sus manos son únicas”. Claramente escucho su respuesta, como en coro: Aquí todos somos redondos. “Mi mamá les gana. En alma, corazón y manos”, les contesto.

Y también estoy casi seguro que de pronto se hará el silencio... Bola de envidiosos, pienso. Pero ellos no cantaban el rosario en latín ni me enseñaron el Adeste Fidelis, como mamá. Y además, ¿qué le vamos a hacer? Mi mamá sí tiene unas manos únicas…

La fiesta de sol está tan buena que no quiero interrumpirla. Rápidamente me voy al cuarto donde ella dormía. Ahí, me recibe la colección de radios que adquirió a lo largo de su vida: chicos, medianos, grandes, azules, negros, amarillos, rojos, con antena y sin antena, servibles e inservibles. Todos dispuestos en el tocador. Son canciones inagotables envueltas en plástico de una infinidad de colores y tamaños, casi iguales a los dulces, pero más sabrosas: los dulces se deshacen en la lengua; las canciones nacen en la lengua. La de mamá tenía el don de hacerlas perdurar toda la tarde…

Siento que ella me mira, desde esa fiesta oblicua y amarilla. La veo observarme mirando hacia la parte izquierda del peinador, tomando y prendiendo uno de sus radios. No sirve, le digo. Se le quedaron las pilas adentro, como mi recuerdo más persistente sobre tu nombre, mamá: eras tú lavando pañales en la mañana, a mediodía y en la noche. Éramos ocho y Rafa. Era el tendendero lleno de las nubes blancas que colgaban tus manos, también como de nube, lo que llenó el cielo de mis primeros años contigo.

Prendo otro, uno que está junto a su perfume favorito. Mira, mamá, éste medio se oye. Suena al barullo que hacían los grillos al anochecer, justo cuando la tele daba sus noticias y tú acababas de alimentarnos con tus tortillas de harina. Sshhh, suena de repente y me recuerda el silencio que dejabas salir de a poquito a la hora en que el día terminaba y la casa se adhería a tu canto en descenso. Tú te movías con el silencio de la luna. Me miro en el espejo… Sí, a cada uno nos diste algo de tu luz de luna. Yo saqué tu sonrisa de luna creciente, creo. O tal vez sea que estás riéndote a través de mis labios en estos instantes.

Ahora, tomo uno rojo. Ese sí que suena a todo lo que da. Canta igualito que tú, ¿escuchas? Porque tú te las sabías de todas, todas, mamá. Cuando cantabas, el mundo de cada canción se volvía tuyo. Igual que eran tuyos los viajes que los ocho (y hasta Rafa: ah, cómo te salió paseador el muchacho) hacíamos dos veces: la primera, en nuestros pies; la segunda, en tus ojos redondos, como los de las golondrinas que vuelan el cielo de mayo. Recuerdo bien tu cara cuando te platiqué que conocí a Francisco en Real de Catorce, aquella vez que mi camioneta se quedó a las afueras de Ogarrio mientras mis amigos y yo atravesamos el tiempo por las entrañas del túnel y comimos y platicamos en las casas de los extraños que obedecieron las órdenes mi forastero amigo, que los tuvo bajo el influjo de su presencia. Luego recordarías cada episodio mejor que yo: ¿Y ya les contaste que te hallaste un mecánico a la salida del túnel y te ayudó a colocar de nuevo el radiador de tu camioneta?, me decías a mitad del relato. Era entonces cuando la historia se hacía redonda, como tu risa.

Apago el radio rojo y prendo otros: uno amarillo, otro gris, uno morado… Suenan al nombre con el que te conoció papá. En aquellos tiempos, los ocho y Rafa no te hacíamos en el mundo porque el mundo no nos hacía en él aún. Debió ser hermoso, tu nombre. Nombre como de flor de campo, sonriente, azul plumbago. Papá nunca volvió a ver otra mujer sobre la tierra. Se oyen las canciones del AM y los imagino a los dos bailando en las fiestas, en la calle, en la casa, evadiendo la rutina del mundo para trazar un puente donde pudiéramos caminar la vida, años después, los nueve que llegamos.

Al fondo, como cuidándose del polvo, está un radio de color azul. Es demasiado bonito. Pareciera que me está diciendo: “Soy el favorito de tu mamá, tómame con cuidado”. Y así lo hago.

En menos de unos segundos me contó aquellas cosas que los ocho y Rafa escribimos, sin querer, hasta formar tu nuevo nombre. Por ejemplo, me cuenta de las notas musicales de tu voz que llenaban las horas en lo que llegaba papá a sobarte la primera de ocho panzas (más la de Rafa, que nunca nos dijiste que lo esperabas y un día te fuiste al hospital para más tarde regresar con él en brazos). Tú haciendo de comer, poniéndole a la comida una canción a falta de cominos. Tú tejiéndome con puras canciones de noches claras, una cuna más resistente que la de la gorda blanca y brillante que está en el cielo; y todo para que yo durmiera nueve meses, calientito, adentro de tuyo.

O por ejemplo, la sierra. La sierra y tus desmañanadas. La sierra y tus desmañanadas para hacernos lonches de huevo con chorizo. La sierra como un gran campo para jugar futbol o beisbol (al fin que éramos ocho y Rafa). La sierra como una alfombra verde que soportaba el cansancio de tus desmañanadas, que sabían a lonches y a limonada y a flores (tus vestidos llevaban las flores que le cortabas a la sierra cada vez que íbamos para allá, y era como ver al mundo descansando una sonrisa mientras sus vástagos rodaban por el césped). La sierra, el último viaje que hiciste conmigo, en mis ojos y en mis pies:

-Mamá, voy para San Antonio, ¿se te ofrece algo?

Chabacanos para endulzar tu figura que años atrás había vendido Avón con tal de tener eso sobre lo que la abuela –tu suegra- jamás podría tener arbitrio. Chabacanos para meter solecitos en tu mandil, horas antes de ir donde el señor de la bata blanca te esperaba para que hicieras el gran viaje que no te trajo de vuelta a casa.

El mismo radio azul me cuenta, casi cómplice, que esa ocasión te vio soltar el amor que te inflaba, redonda como los globos que alguna vez llegaste a comprarme (de esas veces en las que yo ganaba el gran premio de tus brazos redondos, en una competencia reñida entre los ocho y Rafa). Dice que lo soltaste despacito, como si te desinflaras aquí en la Tierra para volverte una estrella que viajó años luz hasta llegar a su nuevo hogar, el Sol. Que por eso me has venido a saludar el día de hoy, justo cuando pronuncié la frase “Madre, no estoy mal porque te hayas ido, sino porque no sé si estás bien”…

Abraza a tu madre saliendo a la fiesta de la luz del sol otra vez, me dice el radio azul al oído. Miro hacia la ventana. Eres tú, sonriéndome, amarilla, como los chabacanos.

Con el rayo de sol que en realidad es –ahora lo entiendo- tu mano acariciándome esta tarde, apago el radio azul, sin decirle que me he robado el nombre que tejimos los ocho y Rafa todos estos años: Mamá. Y se queda en la banda del radio de nuestras vidas para siempre.

Días de mortal

Hay días en los que los camiones deberían estrellarse contra las nubes atiborradas de maleficencia. Días en los cuales los incautos presumidos de su ego intelectual deberían esconderse bajo las piedras para evitar el gran temblor producido por una ira albergada en el globo ocular izquierdo... o derecho. O en los dos: pueden soportarse muchas cosas, menos la arrogancia frente a los mortales.

Yo soy una mortal y quebré una escoba al matar una cucaracha. Lo hice en pago a esos días que no existen, y qué bueno: la violencia uterina desbordaría lo impensable en cada ciudad alejada del ojo de Dios...

Hay días en los que la suerte se queda en un plato de cereal simulando para la noche de disco ser la esfera que no brilló al ritmo de los zapatos. Ocurren cuando te sale bola negra al iniciar las mañanas, todos los días de cada día de tu vida.

Hoy me paré y me salió una. La limpié con el vaho de la prepotencia del arte en su forma más humana y la coloqué alrededor de mis manos para no maldecir también y para reducir la oscuridad del agreste trato. Ahora brilla con una luz inusitada: tuve prueba superada y ese día ya terminó.

viernes, 27 de mayo de 2011

Papel imposible

El día que decidiste no escribirme más, agarré una pluma sin tinta y un papel imposible de ser escrito para así gritarte toda mi rabia, mi tristeza, mi abandono, la impotencia ante los hechos: tu olvido por algo mucho mejor. Y fue un día con tantísimas horas, que ahora que lo recuerdo me han parecido meses.

Hoy, cuando supe que tu silencio era por causa de un océano, quise imitar el mar. Y lo lograron mis ojos.

Un espejo se creó en el suelo: soy yo, mirándome, pelo café desierto, sola.

Como cuando apareciste en este páramo, que yo vestí de flores tornasoladas y que desde entonces permanece así, porque mi piel se llenó de latidos sinceros, sembrados con el encanto de tu beso y tu verdadero nombre.

Notas en un bar

1.

Las copas brillan, brindan, se abandonan en la lengua. La música de mi adolescencia comienza a ebullir en el agua mineral que me bebo a sorbos, casi igual a como lo he hecho con la porción de mundo que me corresponde por derecho de nacencia. Todo es inmensamente claro bajo la luz mortecina del bar...

Por un instante, siento o creo capturar a la dama evasiva. Hola, señora Felicidad, ¿gusta una copa de mi vida?



2.

Nuevos ricos (eso dicen ellos). Trabajadores que vienen a presumir lo que ganan durante sus ocho horas diarias de obediencia sin-chis-tar:
-Ya lo dijo Dios: ganarás tu cerveza con el sudor de tu lap-top -parecen decir entre indios y victorias (es extraordinaria la analogía y conclusión históricas que pueden establecerse a partir de dos cervezas: en México, los indios y las victorias sólo se hacen presentes en forma etílica).
Recuerdan, igual que yo, que fueron jóvenes (o mejor dicho, no quieren admitir que ya dejaron de serlo) mientras tararean las rolas livianas que todos sabemos a la mitad, porque la otra mitad nos flota entre las costillas, cada vez que abrimos la boca para agarrar aire y seguir.
Intuyen, como yo, que son horas de indulto humano lo que festejamos aquí, mientras desdoblamos, sobamos y alargamos la servilleta de papel como si fueran nuestros memorables, buenos días.


3.

Te espero en el bar entre el barullo de los grupos que sí saben acompañar la soledad que regala el mundo, dos guitarras a punto de cantar Amanda de Boston y mi mesa para ocho personas con dos sillas ocupadas, una, con mi bolsa roja; la otra, con mi cansancio de un día raro. Cruz Azul va ganándole al Morelia. Los aficionados hacen un teatro excesivo, que bien valdría la pena compartir con alguien como tú, pero qué más da. Va ganando Cruz Azul y con eso basta.

Te espero en el bar. Ya me hago ideas de conjunto: ¡qué bonito, amar! ¡Qué risa, qué divno, te quiero!... y un beso en la frente. El estatus del feisbuk con tu nombre ("fulanita de tal tiene una relación con..." y tu nombre ahí puesto). Las fotos cursis a futuro que no dirás lo feliz que te encuentras viviéndome.

Bajo la tenue luz, mortecina luz de bar, le pido constantemente a Dios que tú sí seas una espera que acarree algo más que una lámpara de neón frustrado.

jueves, 26 de mayo de 2011

¡QUE VIVAN LAS VERDURAS!

Me gusta que mis hijos coman verduras. Sus caritas de infelicidad son lo más importante en mi vida: si les doy chayote, fruncen el ceño; si son zanahorias, una ligera expresión nauseabunda se dibuja en su rostro de pequeños diablos.

No me vean así. Son unos pequeños diablos. Sólo al diablo se le ocurre mandarme a mis dieciséis al primero. Tengo veintitrés y una carrera como bailarina en la basura. Por eso me gusta tanto darles verduras. Cuando oigo sus vocecitas diciéndome: “No mami, por favor ya no nos des más berenjena cruda, prometemos ayudarte a limpiarla mejor la próxima vez”, siento como que la vida se reconcilia conmigo: ellos son infelices por un momento y yo, la reina de la felicidad.

Si ellos me dicen que odian el tomate porque les da picazón en su cuerpecito, con mayor agrado se los agrego en su comidita. Si va crudo, mejor: ver cómo se rascan sin parar es mejor que ver las comedias de la televisión. De postre siempre trato de darles alguna cosilla de sabor singular para que vayan aprendiendo lo amarga que es la vida: cebolla con azúcar, ajo con miel y limón, acelgas con cajeta. Desde luego que todo con moderación: yo les digo que no quiero tener niños obesos en mi casa, porque de inmediato los odiaría como al peor de mis males. Y se ponen bien prestos a acabarse su manjar del día.

Don Andrés, el de la verdulería, siempre me anda presumiendo con el resto de las vecinas. “Si vieran a Mariquita, les daría vergüenza alimentar a sus hijos con pura porquería esa de la calle. Sus hijos están flaquitos pero macizos. Bien chapeaditos, bien sanitos”. Lo que no sabe, es que cuando terminan de comer, como siempre tienen ese rictus con indicios de vómito, yo les pellizco los cachetes y el gaznate para que ni se les ocurra siquiera pensar en vomitar. Después de todo, me costó harto trabajo pelar las papas sin cocer y rellenar los chiles poblanos con verdolagas crudas.

También les parto sus rabanitos a diario para que se los lleven a la escuela, y por las mañanas, antes de que se vayan, les doy su buen licuado de alfalfa con germen de trigo y un poquito de ajo, para que se despierten y la maestra no le sufra dándoles clases… ya de por sí tiene que aguantar el bajo coeficiente que heredaron del idiota de su padre.

Para mí, los días más esplendorosos son precisamente los miércoles de verduras: todo me sale a la mitad, y así tengo todo por partida doble: comida, sentimientos de satisfacción, y la sensación de que el tiempo se pasa pronto, semana a semana, porque los miércoles de verduras me entienden perfectamente: ya llevo así siete años, qué tanto falta para que estos escuincles del demonio se larguen de una vez y para siempre jamás… Perdón, es que también quise ser actriz y aún recuerdo los parlamentos de mis personajes: puras mujeres tristes, como yo; víctimas del destino, como yo; abandonadas, también como yo…

Definitivamente, Dios no estuvo a mi lado cuando concebí a estos engendros, pero sí que está del lado de los campesinos, de los verduleros y de los supermercados, porque en su existencia veo la manera de arruinarles la infancia a mis pequeños diablillos; en ellos he encontrado un sentido a mi vida: sin las verduras, estoy segura que mis hijos serían más que felices…

¡Que vivan las verduras!



miércoles, 25 de mayo de 2011

Signos

Todos los signos son posibles de descifrar. Las letras son signos. Todas las letras son posibles de descifrar.

Pero no tiene caso hacerlo, porque lo superior habita en el silencio.

miércoles, 18 de mayo de 2011

V FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESÍA "PALABRA EN EL MUNDO

V Festival Internacional de Poesía

"Palabra en el Mundo",

Vorto en la mondo, Palavra no mundo, Parola nel Mondo,

Worte in der Welt, Rimayninchi llapan llaqtapi, Paràula in su Mundu, Cuvânt în Lume, Parole dans le Monde, Ordet i verden, Word in the world, Palabra no mundo, Ñe’ê arapýre, Paraula en el Món, Chuyma Aru, Koze nan lemond, Kelma fid-dinja, מילה בעולם (milá baolam), Nagmapu che dungu, Tlajtoli ipan tlaltikpaktli, וורט אין ועלט (Vort in Velt), Dünyada kelime, العا لمفي كلمة

19 al 24 de mayo del 2011

Démosle una oportunidad a la paz


Saltillo Coahuila, México

se une a la gran fiesta

FECHA: Domingo 22 de Mayo, de 16:00 a 20:00 hrs.

LUGAR: Casa Tiyahui (Calle Juárez antes de llegar a Hidalgo,

en el Centro Histórico de la Ciudad de Saltillo).

AUSPICIADO POR: Rosa Bermea y Aniremak Santos Bermea, dueñas del recinto cultural independiente.

AGRADECEMOS LA DIFUSIÓN DE:

Café del Arte, Radiogente Coahuila:

http://www.coahuila.gob.mx/radio/

Jorge González de Radioimagina:

Livio Ávila, Sección Artes de Vanguardia

http://www.vanguardia.com.mx/marlencurielfermanllegapoesiamundialasaltillo-725753.html

Édgar Reyes y Mauro Torres, del programa "Dos de Maciza"

y Rebeca Rodríguez, del programa "Lado i", de Radio Infonor:

http://radio.infonor.com.mx/


COORDINADORES DEL PROYECTO: Marlén Curiel-Ferman, Víctor Mendoza y Alberto Tovar

Participan Artistas, Poetas, Escritores, Promotores culturales, Promotores de la lectura:

Claudia Luna Fuentes, Martha Matamoros, Norma Cortés, Lucía Sánchez, José Luis Castillo, Acacia Estrada, Perla Leticia Camacho, Ernesto Hernández Bustos, Diana Lugo, José Luis Zamora, Víctor Antero Flores, Lupita del Alva, María Magdalena Hernández, Xiomara Alvgar, Laura Garcés, Eduardo Ribé, José Santana, Raquel Ledezma, Alberto Silva, Aniremak Santos, Alberto Tovar, Marlén Curiel-Ferman, Víctor Mendoza...CON LA ACTUACIÓN AL CIERRE DEL EVENTO DE PROYECTO FINISTERRE TEATRO Y LA PUESTA EN ESCENA "DIVORCIADAS... JAJAJÁ"



Y TODOS LOS QUE SE SUMEN ESE DÍA. LA CONVOCATORIA A PARTICIPAR ESTÁ TOTALMENTE ABIERTA.

DÉMOSLE UNA OPORTUNIDAD A LA POESÍA PARA SER EL VEHÍCULO TRANSFORMADOR DE PANORAMAS


Convocan:


Tito Alvarado (presidente honorario Proyecto Cultural Sur) pcsur@aei.ca

Gabriel Impaglione (director Revista Isla Negra) poesia@argentina.com

Alex Pausides (presidente Festival Internacional de Poesía de La Habana) proyectosurcuba@uneac.co.cu

Carolina Orozco (Responsable del blog oficial del Festival) pcsur-nc@colombia.com