Los edificios morelianos me asustan en cierta forma: adheridos al barroco como el liquen a la piedra, la institucionalidad de su cultura vive dentro de un fervor religioso que lo mismo abarca templos que edificios gubernamentales, universidades y museos.
La exégesis del fervor religioso, su rigurosidad y su esplendor (jamás podría dejar de venerar al barroco como el hacedor de mi propio vestido) llegó al punto de la confusión vespertina: ora entraba a un templo pensando que era museo, ora, a un museo pensando que era una capilla. México tiene su semilla desde aquí, y no me refiero a los héroes de la patria.
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