Hace algunos años alguien me leyó la sombra, el tótem, mi chamán, mi yo inferior en el reino del éter: saltamontes. Lo creí estúpido por verme a mí misma así, una suerte de remedo televisivo sin capacidad de aprendizaje.
Pero esta tarde, justo frente a los azulejos del baño, tan relucientes de excesivo sol, me vi con las piernas flexionadas un poco más arriba de lo que puedo hacer, y también con la rodilla un poco más alejada de lo que suele estar: tenía las piernas largas, demasiado largas. Piernas de saltamontes.
Por lo que pueda interesar o no, este pequeño texto no está dedicado ni decidido a ser un cuento ni un homenaje a Kafka. Soy una saltamontes, es verdad. Ahora lo entiendo todo, por eso llegó un Maestro.
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