Qué pinche fea está la calle de Pérez Treviño, pero cómo la amo. Haber caminado hoy a la una de la tarde entre sus puestos y su gente acalorada y llena de música (literalmente) me hizo sentir que aún hay cosas por las que se debe mantener la vida.
Cada que pierdo los recuerdos de la joven esperanzada, ilusionada que fui, voy a esa calle a recuperar los taconazos de mis veintidós, a comprar chucherías para luego regalarlas al tiempo, a visitar los olores varios que ahí se gestan. Y todo vuelve a la normalidad...
Vivre avec un cœur ou un rein de cochon, bientôt une réalité thérapeutique ?
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Hace 2 horas
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