Miro las fotos en el instagram y
comprendo que lo nuestro es encantarse ante la memoria amedrentada del futuro.
Nosotros, los del siglo XXI, somos herederos de la melancolía del futuro, de su
vacío alimentado de ecos de Petrarca y Owen, de Stravinsky y Gauguin, de las
cámaras kodak que gritaban en los años cincuenta la bonanza porque hoy
solamente somos eso: una bonanza fotografiada, una fotografía construida en la
bonanza del papel y los colores que duelen, más que las retinas, el orgullo de
una humanidad que cada día nace más dispersa y se descubre a sí misma fragmentada entre la niebla, los domingos de octubre, cuando ocurren. Al ser humano de este
siglo le corresponde eternizar la angustia cuya causa no ha diagnosticado
porque está sin tiempo, sin creencias y sin lugar. Por eso hay que acudir al
instagram para rendirle un homenaje a la memoria del futuro y su melancolía.
Y es que hasta las ruedas de la
fortuna y los columpios primero salen en una fotografía ante el mundo que por
la boca de un ciudadano del mundo, el viejo sueño perdido de un ensayista que
ya nadie toca porque es polvo. Ese nadie, en caso de ser válida la teoría de
Alfonso Reyes que decía: “¿y si el polvo fuera el verdadero Dios?”, se está
perdiendo de conocerlo.
Mientras me elevo por el cielo con ayuda de la grúa veo los posibles paisajes para el instagram, pero prefiero dejarlos para mí, pues me parece que éste será el único regalo del domingo.
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