El luto en la red simplifica la gravedad de las cosas. Los setentaitantos inmigrantes no van a resucitar. A nadie le importarán ya esos cuerpos después del raiting y las observaciones que aluden a la vigencia y el buen corazón de quien lo comente durante unas tres semanas cuando mucho.
La muerte violenta de estos hombres era algo pronosticable, fuera a corto, mediano o largo plazo: nadie (hasta donde sé) contrata inmigrantes. Luego, habrían muerto de hambre o por algún problema de salud. Nadie está preparado para tocarles las caras a los indocumentados: si bien nos va, levantamos muros enormes para que no nos alcancen los trenes con sus cargamentos centro y sudamericanos...
Que la omisión no se vuelva tema de culto por un luto generalizado en el facebook o en cualquier otra red social. El luto se duele per se desde siempre, sea inmigrante o no el occiso. Duele porque sí, duele por los tiempos: todos estamos un poco muertos desde que nos dio por echarle la culpa a la postmodernidad del fracaso de la rectoría del Estado, y sobre todo, de nuestra incapacidad para ser realmente humanos -o quizás porque somos muy humanos nos va como nos va- con el prójimo y sus circunstancias.
Ahora que veo tantos perfiles con sus fotografías negras, siento que el luto manejado en la red es el reduccionismo de una sociedad inmersa en su egolatría y su problemática existencial creada a partir de una insatisfacción -también creada- por la mecánica del consumismo.
Es entonces cuando yo aplaudo mi genial idea de pertenecer al facebook.
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Hace 23 minutos
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