Conocí la visión de Betsabée Romero hace cinco años y me cambió la mía.
Hoy, la noche se conjugó a mi favor para ver sus ojos, escuchar la canción fundacional de su obra, ver esos rojos y fucsias y ocres plasmados en este páramo donde antes nada pasaba, salvo el tiempo. Conocer en persona a uno de mis referentes femeninos ha sido un poema entre la vorágine.
Gracias, Vida. Gracias a Betsabée por no claudicar ante lo efímero y lo estúpido. Y gracias a Alfredo de Stefano por ser el conductor de este regalo.
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