Sucumbí al Facebook:

sábado, 28 de agosto de 2010

Del luto en la red

El luto en la red simplifica la gravedad de las cosas. Los setentaitantos inmigrantes no van a resucitar. A nadie le importarán ya esos cuerpos después del raiting y las observaciones que aluden a la vigencia y el buen corazón de quien lo comente durante unas tres semanas cuando mucho.

La muerte violenta de estos hombres era algo pronosticable, fuera a corto, mediano o largo plazo: nadie (hasta donde sé) contrata inmigrantes. Luego, habrían muerto de hambre o por algún problema de salud. Nadie está preparado para tocarles las caras a los indocumentados: si bien nos va, levantamos muros enormes para que no nos alcancen los trenes con sus cargamentos centro y sudamericanos...

Que la omisión no se vuelva tema de culto por un luto generalizado en el facebook o en cualquier otra red social. El luto se duele per se desde siempre, sea inmigrante o no el occiso. Duele porque sí, duele por los tiempos: todos estamos un poco muertos desde que nos dio por echarle la culpa a la postmodernidad del fracaso de la rectoría del Estado, y sobre todo, de nuestra incapacidad para ser realmente humanos -o quizás porque somos muy humanos nos va como nos va- con el prójimo y sus circunstancias.

Ahora que veo tantos perfiles con sus fotografías negras, siento que el luto manejado en la red es el reduccionismo de una sociedad inmersa en su egolatría y su problemática existencial creada a partir de una insatisfacción -también creada- por la mecánica del consumismo.

Es entonces cuando yo aplaudo mi genial idea de pertenecer al facebook.

miércoles, 25 de agosto de 2010

El norte

En el norte, la gente habla con el ritmo de una maroma entre las maquilas que se fueron. El norte es el hastío hecho un montón de supermercados y plazas comerciales y jovencitas que son rubias a fuerza de usar manzanilla en el pelo desde muy chiquitas. El norte es un aparato de tortura que te carcome la raíz con carnes asadas, cheve, futbol americano o soccer y planes para ir a un rancho a comer más carne asada y beber más cheve y platicar del partido que vieron. El norte es un tractor paseándose por las páginas de Rulfo...

lunes, 16 de agosto de 2010

Cat of The Year en Casa Purcell

La obra de Marcelo Ascacio no puede ser entendida sin estudiar primero los antecedentes de la musicalidad de sus trazos. Y es que el arte de este joven, original y desinhibido artista emerge desde un núcleo poderosísimo: una esfera compuesta por tonos musicales que van desde lo oriental hasta lo electrónico, pasando por el género experimental que conectan al sentido del aquí y lo real con la transgresión de las nociones del tiempo-espacio en el universo.


Entre Milkato San, Cat of The Year y Marcelo Ascacio se ha venido construyendo un puente hecho de un material dual, resistente e infalible: la cópula entre la imagen visual y la musical que amalgama dos sentidos en una estética multipersonal emanada de un mismo ser.


Marcelo Ascacio es un artista capaz de dirigir su propia inspiración por las vías de la luz, los trazos capturados a voluntad –que algunas veces sucumbe ante la autoridad inescrutable de la naturaleza y las formas y colores únicos que arroja– y la deconstrucción de las historias de todo aquello que toca con sus ojos de celofán polícromo y su visión “antiformal” (y singularmente espiritual) de las cosas, para luego reconstruirlas en un registro que obliga al espectador a atender el llamado de un algo que, una vez pronunciado, inmoviliza al tiempo para así darle paso al éxtasis que sobreviene tan pronto los sentidos se percatan de las cosas pequeñas, artesanales, delicadas, como perfumadas a detalle, vivientes en este mundo.


Es el pronunciamiento de ese “algo” captado por el artista lo que, para quienes llegan a interactuar con su obra (la cual siempre obliga –más que invitar– a participar activamente en ella, formándose nuevas proyecciones e interpretaciones de un mismo elemento u objeto creado), justifica y hace comprensible la existencia de una conversión análoga permanente entre la luz y el sonido.


Cualquiera que observe detenidamente alguna de las fotografías de Ascacio, intuirá que bajo la piel de lo retratado subyace una melodía específica, propia, completamente ajena al mundo retratado. Estará en lo correcto al sentirse así, y no deberá sentir temor alguno ante la experiencia sensible emergente: ya ha ocurrido con las fotografías de sus series anteriores y ocurrirá también con la presente, titulada “La Gente Árbol”.


En esta ocasión, Marcelo Ascacio nos entrega un registro visual con un bonus track subyacente en cada una de las fotografías que cuentan, desde una perspectiva poco utilizada en el retrato humano, las historias protagonizadas por la dueña de un gorro tejido, unos ojos de gato puestos en la cara de un señor cansado, la nariz roja de un gringo que ya no quiso regresar al sueño americano porque la realidad saltillense le pinta bien, un sombrero estilo Dick Tracy, la rebeldía de unas canas, una mujer poseída por un roble gruñón, y una vida de cuadritos plasmada en una camisa bien planchada, entre otras.


Tal registro visual-auditivo está hecho en tres colores principales (azul enero, ocres post-cincuentas y grises de humo de camiones y beisbol) y en una multiplicidad de tonos que plantea el siguiente discurso: en esta ciudad, la vejez puede mirarse como una estatua de madera cobriza que se va consolidando conforme se avanza más en el tiempo.


El ritmo de los bonus tracks fluctúa entre la añoranza del futuro que no presenciarán los protagonistas de la serie, propia de las canciones de protesta hippies; el punk mordaz de The Smiths frente a su reina; la solemnidad de la vida y de la muerte resguardada en un harpa china o konghou, y un hip-hop sofisticado que deambula por la calle de Victoria.


La eternización hecha diez veces –una por cada cuadro– de lo pequeñamente habitual, y la permanencia en papel fotográfico de lo habitualmente pequeño, incrustada en los milímetros cuadrados de la piel rugosa de los protagonistas de “La Gente Árbol” (próceres anónimos que, en la expresión artística de la lente de “Milkato Marcelo Ascacio San”, adquirieron tal rango por el hecho de sobrevivir a su pedazo de mundo, en una ciudad amarilla donde a veces llega a estancarse el tiempo). Eso es lo que presenciarán frente a “La Gente Árbol”, en exposición a partir del 12 de agosto en el ático de Casa Purcell, en Saltillo, Coahuila.


http://www.flickr.com/photos/marceloascacio/sets/72157623273200420/

http://fusioneterea.spaces.live.com/blog/cns!9229B4554808103B!1971.entry

lunes, 2 de agosto de 2010

IRREDENTA COYOLXAUHQUI

LADO A



Sólo yo, que sé bien que no eres como las otras, puedo amarte, Irredenta Coyolxauhqui.


Apareciste como la guardiana de la flor de biznaga, el centro de un universo que no era necesario proteger porque ya no existe. Siempre andabas lanzando tus flechas de olvido a la menor provocación. Jamás dabas tregua ni favores a tus falsos creyentes. Nunca te vi explicándoles el origen de la deidad de espina sagrada en clavada en tu cuerpo de hembra bailarina.


Alta, la dermis entre pálida y amarilla, jamás pude verte llorando o sonriendo de perfil, tu anzuelo preferido. Divisé al fin tu hemipléjico rostro la noche del eclipse solar de julio. Sonreías, iluminadísima y redonda. Te columpiabas con los brazos como piernas y las piernas dispersas en el abismal índigo que abría tu noche. Tus ojos volaban a los costados del mundo y de tus labios salían dientes-palomas que arribaban a rincones agrestes para cantarles una canción de cuna en una lengua olvidada, la tuya.


El universo se posaba como un cascabel en cada uno de tus cabellos, tan largos que podían unir a éste y a todos los mundos posibles en la mente de un dios bohemio y ocioso. Eras única y feliz: gozabas de la derrota del Sol ante tu fuerza, la que siempre ha de llegarle a mujeres como tú cada trescientas lunas y por la que mueren los seres menores que te insultan.


Voyerista de medio turno que soy, encendí un cigarro en silencio y esperé a que el milagro de la dispersión de tu cuerpo aguerrido ocurriera. Pero quiso otro dios (tal vez el mío, el que me sueña que estoy junto a ti, hablándote), que al desmembrar tu corazón y tu seno, tu oído izquierdo entendiera el lenguaje de mi pasmo convertido en la cajetilla de cigarros auscultada a ultranza por mis dedos.


No fue el pánico a despertar tu ira, bien conocida por mí, el clavo que me sujetó al suelo. Fueron las miles de chispas que se quedaron sin nacer, ahora hechas la tinta roja que uso para escribir este testimonio, lo que me ancló a tu escena:


Lloraste como jamás lo habías hecho desde tu nacencia. De tu lado inmóvil salieron canciones inéditas de Otro Pink Floyd, grabadas en el Lado B de la Luna. Reíste para mí, te volviste pequeña para mí. Te dejaste abrazar, a escala, por mí.


La Irredenta Mayor nos sobrevuela la cabeza en las noches de hastío, cuando tú y yo volvemos a comprender que somos guiados por su confusión y por eso nos vemos más bellos, más vulnerables o más tiernos: ella juega a ser un reflector de Broadway recién salido del congelador. Piensa que sólo así la felicidad se asemejará a lo eterno.


Sólo yo, que ya no te temo como los otros, puedo anunciarte única, loca, dispersa, Irredenta Coyolxauhqui. Guerrera traslúcida que va tejiendo sueños para mí en la banca de los no llamados a pelear. Ambos sabemos que vivimos en tiempos de enfrentamientos reprogramados para las 27:43 horas en un mundo lejano.



LADO B


De una patada apagaste el televisor y de un manotazo prendiste la radio. “La queee bueeenaaa tiene un mensajito-mensajito de servicio social: ¡Irrrredenta Coyolxauhquiii, preséntese en el Oootro Lado de la Lunaaa!” ¡Carajo! Ni siquiera en el AM una puede estar segura. Sintonizaste el FM: “Esta canción va dedicada para Irredenta Coyolxauhqui de parte de “Las Juanas”: Juana Inés, Juana de Arco y Janis; de Federico, y de todos sus amigos que ya la están esperando en el Otro Lado de la Luna. Con ustedes, esto de Manu Chao. Venga: ‘La noche que yo nací/cayó la luna, cayó la luna/Cayó mi cuna, mi…’”.


Salir a caminar no era buena idea: en un rato habría eclipse de sol y tu resplandor lunático te delataría. Pero los mensajitos al celular no paraban: Noticias TELCEL informan: “Buscan a Irredenta Coyolxauhqui para dar inicio al eclipse solar”. Además, era julio y hacía calor.


Tiraste el celular al retrete y decidiste salir. De cualquier forma te agarrarían, pensaste, y te dirigiste hacia el columpio de aquel parque retirado. Tuviste la sensación de que algún extraño conocido vendría a salvarte. Minutos después entendiste que eran otra vez tus ideas tontas, esas que te salen de la boca y el pecho cuando estás a punto de pasar a tu estado lunático.


El manto del cielo ahora es un imán índigo que te pesca de la parte noble de tu hemipléjico rostro. El vuelco en el centro de tu universo, el ombligo, es mucho más doloroso de lo que habías leído: una biznaga enterrándose en lo más remoto de tu memoria. Inició la dispersión de tu cuerpo de aguerrida. A lo lejos creíste escuchar las voces de los hombres y mujeres que renacen cada trescientas lunas para ver a la reencarnación de Coyolxauhqui retorcerse y morir. No les prestaste atención.


Con la ternura de una madre espartana fuiste depositada en el suelo blanquecino del Lado B de la Luna, donde Arquíloco ya estaba entonando sus versos elegíacos a propósito de tu sacrificio. No recuerdas muy bien, pero Federico también entonaba unos sonetos mientras Janis pedía que se callara de una maldita vez. “Era para recibir a Irredenta”, dijo. Nadie salió en su defensa.


La idea del nuevo eclipse era tenerte con ellos para luego volver a bajar al mundo e iniciar la Rebelión de los Lunáticos, te tradujo la monja del idioma selene de la reina Coyolxauhqui al español.


Era una estupidez. Nadie en estos tiempos desea arriesgar el pellejo por el mundo, argumentaste. Ojalá nunca lo hubieras hecho: los ojos de ellos y los de la reina eran los tuyos, quemándote la cara por dentro. Tu voz se transformó de dulce y engañadora a metálica e infeliz: maldijiste, en contra de tu voluntad, a las nuevas Coyolxauhquis que nacieran hasta el fin de los tiempos.


-No te preocupes -dijo una harapienta Juana de Arco-. Ninguno de nosotros hemos aceptado a la primera. Bienvenida al grupo. Ven, te invito a ver a Otro Pink Floyd. Esta noche, como cada eclipse, tocarán las canciones inéditas para el Lado A.