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lunes, 17 de marzo de 2014

Para mi periodiquero

El tiempo es un cruel pintor. Un tíner de alto potencial capaz de desmanchar ese cuadro llamado realidad. 

Hoy es el tercer domingo que no llegó. Hoy es el primer domingo que escribo, al fin, que no vendrá. 

Mi periodiquero murió hace menos de un mes. Así, sin siquiera haber podido abogar por su insistencia a la superación del cuadro que a él le habían pintado. 

La vida es a veces así: a algunos les da acuarelas u óleos y luego les corta las manos o de una bocanada les erosiona el color. A mi periodiquero le cortó un pie, luego la pierna entera. 

A todos en el barrio nos cortó veintitrés años de contemplación puntual del escurrimiento del óleo sobre nuestro lienzo. Llegó un domingo de febrero de 1991 a las siete de la mañana a entablar una amistad con el que considero yo es el más receptivo de la casa: Edmundo. Dos periódicos, el Vanguardia y El Norte. No sé cuántos pesos. Al siguiente domingo hizo lo mismo y al siguiente igual, hasta que de pronto, con esa sonrisa de descendiente de mongol o vietnamita, le propuso a mi hermano llegar puntualmente cada domingo con los dos periódicos bajo el brazo. 

Nunca falló. Aunque a partir de 2004 comenzara a llegar a las once y media con los bigotes escurriendo en caldo de menudo, para asco de mi madre y botana mía: nuestro periodiquero era una combinación de lavacoches entresemana, vendedor de nopales en cuaresma y un (siempre tuve la sospecha) joven con un leve rasgo de tara mental que lo volvía inocente y risueño, bajo cualquier clima. 

A él le tocó traerme mi primer cuento publicado, a mis diez años, en el suplemento infantil del periódico local. Lo esperé desde las ocho y llegó a las nueve y media. Eternidad para una niña con tendencias narcisistas. Él me decía: "Salió otra vez en el Día Siete" y a mí me sonrojaba. También le tocó verme en shorts y calcetones en mi etapa de febril investigadora jurídica: no tenía tiempo para buscar pants en medio de una disertación filosófica, así que salir en esas fachas y sin sostén frente al periodiquero que en realidad era como un primo, no tenía nada de extraordinario. 

Y es que sí, a esta casa nadie llega nunca los domingos. Salvo Miguel cuando vivía y qué curioso, también fue parte del tíner del tiempo al llegar cada vez más tarde. 

Hoy es el primer domingo que puedo enunciar con palabras más o menos claras mi conclusión: que el tiempo en domingo es la fuente más abierta de la verdad que alguna vez los aztecas dijeron: como una pintura nos vamos borrando. 

Vale decir que hoy llegó su hijo. Y de nuevo Mundo, ese ángel solitario, le abrió la puerta.