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viernes, 30 de enero de 2015

Manual del extravío, de Javier Acosta (Fragmento de guión radiofónico para Kaleidosónico)



Por fuera soy el perro que te desvela, luna, con aullidos.
Por dentro soy un niño que intenta tararearte su canción de cuna,
tomarte con su mano cada vez más pequeña.

Y adentro del adentro soy un perro más grande
que te lame los pies de mayo en plenilunio.

Y afuera de un niño todavía más pequeño
que te dice su nombre, te besa y no te besa,
te refleja en sus ojos, luna frágil y eterna.

En el momento de crear un sonido, inevitablemente surge el silencio. Entonces, los dos, hombre y nada, se ponen frente a frente, recordando los espejos por donde viene y va Alicia, con y sin su país, la filosofía prehispánica sobre la vida, los infortunios de Narciso frente al estanque, la aberración de Jorge Luis Borges. Únicamente bajo esta dialéctica cerrada que da cuenta del inicio y fin de uno mismo podemos enunciar una palabra que nos dé cuenta, también, del lugar donde estamo, una rosa de los vientos para no perdernos en nosotros mismos. Tan pronto nos ubicamos en el aquí y el ahora, el espejo nos exhibe la cuenta infinita de los aquís y ahoras que hemos sido, o pudimos ser, o negamos ser, o no quisimos serlo. Todos se abalanzan contra nosotros, nos golpean los verbos, nos resuelven las adivinanzas que desde niño nos vamos construyendo: del quién soy pasamos al disfraz de lo que allá afuera, lejos del espejo, somos. 

Pero llega un momento ineludible una hora veinticinco, una hora cuarenta, una hora ochenta y siete, en la que nos descubrimos en medio del extravío. ¿Habremos estado extraviados siempre? ¿Acaso nuestro origen es ese, el extravío? ¿Y por qué verlo ahora y no antes, o por qué algunos nunca lo ven, sino que lo intuyen, y por eso luego andan haciendo guerras (frías o directas)? 

Volvemos a necesitar de un interlocutor. Pero que esta vez no sea la nada, por piedad, decimos. Y tomamos entonces al niño pequeño, al padre muerto, a Dios, a la piedra encantada. A la luna.
De todos los interlocutores posibles, el más fijo y bondadoso, el más imprevisible y cruel, es la luna. Al menos así lo deja ver un hombre Javier Acosta en su poesía, la cual traemos esta tarde con este su más reciente libro “Manual del extravío”, publicado por Mantis Editores el año pasado. 

En mí, cuando te pierdes
sé de verdad
de donde vengo,
adónde me dirijo nuevamente.

Eres un mejor guía
que la estrella polar
o que el lucero,
mi extraviado niño.

[Si andas perdido por mi noche / es más fácil hallar / el rumbo aquel / entre las estrellas.]

En Javier Acosta, el diálogo frente al espejo con la luna lo convierte en una matrioska o caracolito de varios niveles: es él hablando con ella, pero también es él sacando de sí al otro él que vive más adentro, y ese hombre ulterior, al niño y el niño al juglar, el juglar al enamorado de lo inasible, el enamorado a la parquedad de las cosas, la parquedad de sus cosas, al silencio. El resultado, es este poemario que de tan breve en algunos de sus poemas, resulta ser avasallante. No es haiku, aunque muchas veces tenga su ritmo, no es tampoco homenaje a Charles Juliet, aunque sus diálogos y encuentros con la luna se semejen en estructura y sean en parte esa respuesta universal y sin tiempo al que todo artista, sea poeta, pintor o músico, está obligado a decir por la ley de la circularidad. Algo así como los espejos.

Yo sé que voy de una orilla a otra del vacío
y todo lo que veo es el sereno espesor de la tristeza.
Nada reflejará su ojo de agua, pero ahí acuden todos
para verse,
todo en él se contempla,
todo por él circula sin cesar
de una orilla a la otra de la nada.
Sólo el conjunto de la escena es el mudo resumen
de tu eterna sonrisa,
luna que cruzas sobre mi cabeza
esta laguna estigia de la vida.

1. SMOOTH JAZZ 5 - Guarda Che Luna

No todos podemos escribir poesía, pero sí todos podemos cantar. O mejor dicho: no todos deberíamos hacer poesía, pero todos debemos cantar. Pero para Javier ambas cosas le son naturales. Desde sus primeras obras, lo suyo es desestabilizar la permanencia de las cosas, desempolvar los otros sentidos de una misma palabra, la función de un mismo objeto (las tijeras para el sueño, por ejemplo, de su libro “Regla de tres”, ganador del premio de poesía Ramón López Velarde en 2006). Lo suyo es cuestionarlo a uno e irse muy tranquilo con la respuesta bajo el brazo. Un acto de contrición poética donde los demonios son sustituidos por acordes, por máximas filosóficas, por memorias que vienen de otra parte: el uno a uno de sí mismo, algunas veces frente a un monje, como ocurre en su premiado Libro del Abandono, a veces, como en ésta, a la luna.
“Manual del extravío” es, a juicio personal, el poemario que le hacía falta al poeta Javier Acosta para instalarse como plurinominal, en el sentido de que es capaz de nombrar todas las cosas, todos los aprendizajes de una y otra vertiente: había recorrido ya la filosofía, la religión, las leyes, el amor. Le faltaba recorrer el camino de la soledad y de la inocencia. Porque, ¿qué inocencia no está sola en este tiempo? También es el cancionero que le hacía falta al hombre Javier Acosta para arrullar la desolación, la vida que seduce y a veces arroja, la bondad, la infantil galanura con la que uno se acerca a ciertas formas, las de la luz de la luna, por ejemplo. El toque humilde con el que abarca la obra, sello ya distintivo de su autor, nos acerca un poquito en el primer poema, y otro más y otro más, hasta llegar a ese linde donde al fin compartimos su inquietud ante la imposibilidad de amar lo que no debe ser amado con amor común, sino con amor de niño y diosa; es eso: Javier Acosta le canta a Artemisa como si fuera un niño.

2. Ninna Nanna, Francis Lai

Si Federico García Lorca enunció a la luna como todopoderosa y diosa de la muerte, Javier Acosta la viste de novia y de mujer distante, a veces fría, a veces, ingenua y dubitativa. Una mujer sin cuerpo de mujer, que es celosa, aunque no sabe si de sí misma o del tiempo, arrogante, solitaria. La pareja perfecta que se desposa con los diez mil ojos que la miran y al mismo tiempo sigue virgen.
La transición hombre-observador-perro-niño se maneja como una elipsis a lo largo de esta obra: tan pronto la luna le responde con sus quince poemas en el antepenúltimo capítulo, la transfiguración de la voz poética está resuelta a regresar por el mismo camino, pero a la inversa: niño-perro-observador-hombre, aunque claro está que dicho regreso al origen se manifiesta como un periplo del cual no se regresa igual: algo pasa, algo cambia: se fusionan la luna y el hombre, la soledad de uno y otro, se muestra fáctica el indisoluble estado de las cosas: el hombre separado de lo que lo conmueve, la luna distante de quien la adora.

De este modo, Javier Acosta logra darle voz poética a uno de los más famosos arcanos del tarot: la luna siendo adorada por un par de perros que le cantan, le aúllan, le reclaman, le quieren decir algo que no pueden. 


ACOSTA, Javier
Manual del extravío
Mantis Editores, 2014
Hoy 30 de enero, hace trece años que partiste, papá. Sin afán de deificarte, quiero decirte aquí, frente a mil ojos curiosos, que te agradezco en especial tres cosas que me legaste: la primera, los libros de literatura rusa por los cuales yo encontré mi camino, mi pasión, mi virtud y mi devoción; la segunda, tu afición al Cruz Azul (bueh…), y la tercera, la noción que aprendí de lo corta que es la vida y de la imposibilidad de eternizarla. Cuando ocurrió tu transición, comprendí que no había tiempo para perder el tiempo, de modo que me dediqué a vivir muchas vidas dentro de esta que tengo: he sido cuanto oficio me ha venido en gana, he estudiado cuanta materia me ha seducido, he enseñado bajo la regla de que lo que se adquiere se debe transmitir a otro sin afán doctrinario, más bien por el hecho de merecer aprender más cosas. He cuestionado y he respondido. He dado de todo y con todo y también he recibido de todo y con todo. He amado. He sido amada. He soñado. Me he defendido, jamás he arrebatado. He ganado y he perdido. He volteado mi mundo por el simple gusto de volverlo a enderezar (y así sucesivamente). Los extremos han sido mis cómplices; los colores intermedios entre el negro y el blanco, mi razón de ser y mi fortuna. Y sobre todo, papá, nunca he perdido mi tiempo. Si un día hubiera la necesidad de entregarte mis hermanos y yo algo que constate nuestro amor por ti, supongo que te diría lo siguiente: soy una mujer feliz, loca y plena. Tengo cuerda e hiperactividad para rato (sólo así podré cumplir todas las cosas pendientes de mi lista que hice el día de tu partida, más los mismos verbos que te enuncié pero en tiempo futuro, nunca subjuntivo). Estoy contenta y realizada, papá. Y te agradezco mucho la parte que te corresponde por esa alegría, que creo yo, se basa en la decisión de dejarme libre para hacerme no como mejor pude, sino como mejor quise. Nunca he creído en la muerte como un acto de desesperación ante la inevitable ausencia que queda, sino más bien como un acto de continuidad de una fiesta puesta en escena. Porque esto es la vida: una obra de teatro que trata de una fiesta sin fin y con altibajos. Así que dime: ¿cuentan con spa y esas cosas deliciosas y libres de impuestos? Debe ser así, si no, qué chinga estar nada más viajando de estrella en estrella (aunque pensándolo bien…). Te quiero, papá, feliz nuevo cumpleaños.

domingo, 11 de enero de 2015

A la espera de la desapaarición de los géneros literarios... Corrijo: en plena labor literaria, Pangea de las Letras.

viernes, 9 de enero de 2015

http://www.voltairenet.org/article186413.html

http://www.voltairenet.org/article186413.html

jueves, 8 de enero de 2015

Lamentable, que el mundo tome las tragedias como un elemento más de la dinámica de las sociedades de consumo. Ayer fue Ayotzinapa, hoy es Charlie. Las redes sociales no mienten:más que una sociedad profundamente herida e indignada por las acciones que nosotros mismos emprendemos contra los otros -a imagen y semejanza de la ley del depredador-, somos artículos de mercado que seguimos temas de moda, sólamente para seguir vigentes. Lo que urge es salirse de aquí y enfrentar las injusticias, razonar las necesidades sociológicas, inventar una nueva filosofía a partir de la cual se deriven nuevas formas estaduales, nuevas maneras de convivencia sociopolítica, nuevas estrategias económicas que no estén supeditadas a los paradigmas actuales, que ya se ve cada día nos utilizan más y nos eliminan mejor. Las redes sociales son para decir buenos días, enviar un gesto de esperanza, decir banalidades. La realidad está afuera e, insisto, la tomamos como un hash tag. Lamentable.