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miércoles, 21 de marzo de 2012

Melomaniac

No siempre se cumplen menos de veinticinco y tú me has regalado muchas horas de tu existencia, ratos prolongados de tus oídos en el vaso de tu clamato y yo declamándote mis glorias e infortunios. No siempre se encuentra una pareja excepcional en la pista de baile que dialogue a través de sus pies sobre el desencanto de tener tanta fuerza aquí, donde sólamente las biznagas avientan flores, porque ya hasta los duraznos se duermen con los exabruptos del invierno. No siempre se fabrican actos rebeldes con escritos de colores (de absolutamente todos los colores). No siempre se tiene a alguien que te repita cincuenta veces las indicaciones para dar hasta tu casa y de cualquier modo perderse. No siempre nos daremos libros con la garantía de arrojárnoslos a la cara en caso de que sea una pifia de texto. No siempre armaremos planes para ir a ver a una banda y te mande solo a la mera hora porque la carretera a Monterrey, cuando hay balas, me espanta. No siempre mediremos juntos las consecuencias de nuestras palabras (ese don por el que estamos aquí, a pesar de las voces y de ese pequeño problema llamado canon) ni nos veremos a los ojos más de un minuto, como tratando de defendernos el uno del otro de ese cretino llamado miedo o pesimismo. No siempre tendremos los días infinitos para hacer, si nos da la gana, un origami y luego sumergirlo, tú en cerveza indio; yo, en limonada. Probablemente el destino nos regale muchos días sin vernos, torturados en la dinámica del estar porque deseamos recuperar la del ser. No siempre me enviarás el último disco de Arcade Fire ni el maravilloso de Leonard Cohen. No siempre bailaremos juntos en una pista de colores ni pediré a Cindy Lauper para brincar como enajenada, porque ya casi tengo treinta y en esta semana me dolió mucho la cadera. No siempre usarás tu chaqueta de James Dean ni fumarás como endemoniado (yo sé lo que te digo, espérate a los 35, my love). Facebook nos contará, como quien es un narrador omnisciente que se dio la potestad de saberlo todo, la vida que nos desnuda, si es que llegamos a los 70 (y si es que se mantiene el Facebook). No siempre tendré el valor de escribir en un blog transitorio lo mucho que te quiero y lo importante que eres... Porque probablemente lo escriba en las canciones que tú y yo tarareamos juntos, en esas fotos mentales que tengo de ambos deshaciendo el mundo ahora que vale la pena, o en esas estrellas (sí, tenía que sacar mi parte más cursi en este escrito) que sabes me fascina ver porque soy la más despistada de tus amigas, y tal vez por eso, aunque no me veas, siempre esté ahí.

No siempre se cumplen menos de veinticinco ni se es capaz de ser un maestro en esas cosas que importan, los pequeños detalles y las reflexiones, como tú lo has sido. Pero siempre, siempre, estará mi amor por ti, mi mejor amigo, mi maestro, mi hermanito, mi pareja de baile, este baile loco llamado mundo.

Gracias, my love. Esta canción que oigo y que jamás podré tocar (porque nunca aprendí a tocar nada) es tuya.


Para Livio.

sábado, 17 de marzo de 2012

La decisión (que once años sí son algo)

¿Qué vas a hacer? Allá afuera no serás nadie. Adiós auto de último modelo y cabello precioso, adiós vestidos de tiendas caras y cenas con gente que habla de inversiones. Y salí como quien es culpable de rechazar la promesa del nuevo orden socioeconómico, a probar mundo, a enfrentarlo, convencida de que mi único sentido en la vida era el conocimiento.

Ayer viernes por la tarde, al salir de un curso donde puse a prueba lo adquirido, me vi reflejada en la puerta de cristal (una de tantas) del edificio vecino a aquel donde yo hiciera mi servicio becario. "Lo logré. Me superé. Conseguí mi deseo". Dije, sin modestia.

A once años de una de las tres decisiones más importantes de mi vida, puedo decir que no me arrepiento y sí agradezco a la vida el que me haya concedido la suerte, la oportunidad de construir a punta de fregadazos e insomnio lo que siempre quise. Y voy por más.

martes, 13 de marzo de 2012

Carpe Diem




En el anverso del cereal un código. Triángulos y estrellas para descifrar el cuento. Decía:


"En un lugar lejano, los hombres amanecían con la pólvora sembrada en los jardines. Respiraban esquirla y miedo, se acostumbraron de un momento a otro a creer que el sentido de sus vidas era ser una mancha caminante por un espacio en blanco. Hasta que un día alguien dijo: 'Un sólo por hoy'. Y se dedicó a besar a cada hombre y mujer de su vida, a agradecer su presencia en la Tierra. Y amó y amó como si fuera a secársele la arteria de un momento a otro. Y amó y amó tanto que otros, al principio motivados por la envidia, comenzaron a vivir el sólo por hoy como mejor pudieron. Hasta que sintieron también la necesidad de exprimir la arteria antes de que ella decidiera secarse de un momento a otro. Y sucedió que el lugar lejano comenzó a cambiar de olores: la pólvora se disolvió entre las flores que salían de las bocas de las personas, el miedo era sólo materia de cuentos de horror que engrosaban filas de concursos inútiles. La vida se perpetuó, pero a diferencia de la angustia de épocas pasadas, donde se vivía mucho y se sufría igual, esta vez el carpe diem cubrió de amor y pasión cada átomo de vida.

"Si llegaste a descifrar esto, tal vez puedas construir la utopía".

Juan, quince años y nada para creer, tomó la caja, vacía, para recortar la historia. Le gustaba sentir la textura de las tijeras rompiendo el cartón. Luego, encendió la televisión. Prendió en el canal que su padre vio por la mañana, el de las noticias. Juan lo miró como quien mira a un enfermo desde el vidrio de un hospital. "Voy a consultar qué es el carpe diem y qué será eso de la utopía", se dijo, y luego se volteó a dormir un sueño que le borraría la memoria.
Que la música sea lo último en extinguirse. Si no, ¿quién entonará elegías cuando muramos? Que la música sea lo primero que se oiga al abrir los ojos: un latido frente a la mañana entera, el auto en dirección a las cosas comunes. Los clásicos insistiendo en la belleza del mundo. Alguien susurra que hemos venido a ser felices (y caray, a veces uno lo olvida). Sería la música la única capaz de hacer entender que lo efímero ya es, y por eso, más vale preservar la música estando vivos para que sea ella la que nos recuerde cuando ya no estemos. Y nunca, nunca en sentido inverso.
Antes el silencio. Hoy, un camino de balas. ¿En qué momento se perdió la dignidad? ¿Cuándo se esfumó el sentido del respeto? Lo siento por mis hijos, los niños que no nacieron de mí pero que igual les debo una explicación. Lo siento por los jóvenes, porque recordarán su juventud como una mancha de tinta escurriéndose por la hoja: no hay sentido, sólo esa mancha. Me avergüenza mi generación, pues realmente aprendimos a callar cuando no era tiempo y quizá ya sea muy tarde. De los adultos más viejos prefiero callar. Igual que callaron ellos.

viernes, 9 de marzo de 2012

Regalos

Ah, cómo me han llovido regalos desde hace seis viernes. Todos en tinta, todos con sus rasgos tipográficos hablándome de sus creadores. Tengo un trozo de sus almas y un susurro y eso me hace grande.