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miércoles, 30 de enero de 2013

Todos al morir recibimos una parcela de estrellas: sólamente así, la vida puede continuar más allá de la muerte. 

miércoles, 16 de enero de 2013

Leo a T.S. Eliot. Te transcribo, T.S. Eliot. Porque no cabe en mí la algarabía de escuchar el sonido al sonreír la luz. Porque mis dedos son felices al sentir la música de tu danza poética. Porque no concibo que hayas sido capaz de escribir lo melifluo del mundo a través de la lengua que más odio hablar, la más cruel por pertenecerle a hombres inteligentísimos y crueles. El descubrimiento de las traducciones de Paz me habían dejado el prólogo del gozo, pero ahora que he encontrado este pequeño libro español, esta edición bilingüe donde están el pájaro y el jardín de rosas, el tiempo y la lluvia, no quepo de alegría. 

Me quitaría el corazón de enero para lavártelo y enviártelo a tu ciudad favorita, T.S. Eliot. Aquí únicamente se puede reclamar, por ahora,al infortunio de cantarte a ti, a tantos segundos de haber muerto. 

Palabra exacta

A las seis de la tarde, el escritor de mediana edad y media beca estaba replegado en el universo de las palabras de una librería. Nadie podría salvarlo de la mudez de su lengua, su dedo índice y pulgar, excepto aquellas, ya muertas, de los autores que yacían en cajas de escritura de formas y estilos variados. 

A las seis de la tarde, el escritor de mediana edad y media beca, libreta de moda y pluma bic en mano, escuchó de pronto un crujido naciendo debajo de los niveles del sonido. Si los descubridores del ADN, físicos relegados a estampitas de papelería esquinera la hubieran visto, probablemente habrían creado y comprobado la teoría de que la lengua es inherente al hombre desde su nacimiento y por lo tanto, también en su caída: signos en negro colocados verticalmente uno encima del otro aparecían como el holograma primigenio a través del cual algún alienígena de inteligencia superior sembró la inteligencia en el hombre. 

Caminó lenta, parsimoniosamente entre los libros. La palabra ufana de sí diseminaba fonemas de autarquía. 

A las seis de la tarde, el escritor de mediana edad y media beca, saliva deslizándose desde la compuerta bucal abierta, observó cómo la palabra ufana de sí trepó sus pantalones verde olivo hasta la rodilla, para inspeccionar cuidadosamente, y no sin cierta resignación, su nueva casa. 

A las seis de la tarde, el escritor de mediana edad y media beca tenía ya la palabra justa en su otrora hoja blanca. 

-¿Pero qué haces? -dijo a las seis de la tarde el escritor de mediana edad y media beca, la ceja arqueada. 

-He venido en tu auxilio. Soy la palabra que buscabas, la única, la exacta. 

-¿Y quién te ha dicho que te buscaba a ti? 

-Las palabras, cuando ocurre el silencio, son como los amantes: se aceptan a cambio de la elongación del paraíso; se quieren a cambio del fin de la soledad. Y jamás hay pero que valga, porque en el lenguaje y en el amor, lo pronunciado y lo amado es lo que debió ser, aunque el que hable y ame no esté de acuerdo con ello. 

-Llamaré a tu campo semántico para que vuelvas. No requiero tu compañía -dijeron los dientes amarillos a la palabra ufana de sí misma, la voluptuosidad de su caligrafía de origen recostada entre dos líneas perfectamente trazadas. 

-Si lo haces, mi campo semántico se pondrá en huelga. Y no sólamente tú quedarás vacío de palabras para tu página, el resto de los hombres olvidará la porción de memoria dibujada gracias a nosotras. 

-Lárgate. 

Y de un soplo, a las seis de la tarde, el escritor de mediana edad y media beca retiró la palabra ufana de sí misma, y como un embudo la libreta se absorbió en el aire junto con la incapacidad del hombre de enunciar cotidianamente una sensación, un pensamiento o un deseo: frío impalpable erigiendo reinos dentro mío, oro de astro tocase mi alma al caer mi hora. 

Alivio del escritor de ojos profundos y novela entre las manos.

La gente comenzó a aplaudir el nuevo ritmo del inventor de estadíos al escucharlo: ¡Alegría del oído masivo sobre el atardecer! Las seis de la tarde, ¿o las diez de la mañana? 

Miedo, estupor, tiempo, angustia, desesperanza y agenda; psicoanálisis, fama, poder, banalidad, vértigo y hastío fueron desterradas aquella tarde, junto a estulticia.


jueves, 10 de enero de 2013

Manifiesto

Yo no quiero escribir un cuento nada más porque no sé decir "miedo al mármol" y obsesionarme con la trascendencia, ni quiero escribir una novela con trozos de mi cara sólamente porque debo comprar una nueva para poder ser ampliamente reconocida. Tampoco pienso publicar más cuentos aquí porque el amor, a pesar de ser amor, no perdona el plagio. No pienso escribir para congraciarme con nadie más, porque escribir es lo único libre que este mundo en el que nací me ha dado. Y no pienso enajenar mi privilegio, a pesar de que un día tal vez me venza la artritis y tenga que cantar las palabras al aire (y me dará lo mismo: el aire y el papel van al mismo lugar llamado memoria de la vida).

Para Ana

Leo noticias trágicas ocurridas en la India (un camión se volcó dejando varios muertos) y realmente no me conmueve. Quiero decir, no tanto como el hecho de que Ana no haya tenido sus quince años en un lugar mejor que el tutelar. No tanto como el hecho de que no me pasaron a la niña para decirle que la vida no es un carnaval (y jamás siquiera podrá ser una burda copia de él), pero lo cierto es que tener útero y vagina, estrógenos y una sociedad por delante donde cambiar ideas a través del conocimieto, es un regalo natural que por algún motivo nos merecimos por derecho propio (o de nuestras antiguas madres).

En realidad no sé qué tan efectivo habría sido hablar con ella, ya se sabe que las palabras, después de tanto tiempo de ser usadas, no tienen la fuerza primigenia que tuvieron al inicio de los tiempos, cuando el hombre decía "sol" y era Amor lo que estaba llamando.

Leo noticias trágicas lejanas. Sueño que Ana festejará sus quince primaveras aunque sea en este agosto.

Colágeno natural

Alto. La piel magra se arranca en estos momentos. Paren las prensas, los ojos tuertos y los enternecidos dirijan su mirada hacia otro punto del mundo. Aquí sólamente la piel mudando, la dicha tocando la puerta. La cuarentena ha fenecido, que otros vengan a recoger ternura en las calles. 

No, no hay motivo. No hay paraísos, selvas, playas, trenes. No hay risas fingidas en el congelador por temporada baja ni clichés de año nuevo porque para empezar no entiendo el tiempo. Únicamente hay introspección, una larga lista de libros vividos y noches para pensar la existencia. 

Los treinta me han convertido en la mujer más hermosa de mi propio personaje, soy la voluptuosa que mi inteligencia de los diecinueve jamás me habría permitido ser. Soy la inteligencia que se permite criticar sin mortificarse por las conclusiones. El mundo se equivoca, yo tuve la oportunidad de hacerlo y ahora me reivindico. 

Deténgase la tristeza prolongada. El vestido está pasado de moda (confieso que amo comprar vestidos, tanto o más que coleccionar corazones amados). 





martes, 8 de enero de 2013

Lección ___

Fluir, sólo fluir. Palabra fácil para un anacoreta, un yogui. Para mí, un reto.

Fluir, ver el anverso de la mano y entender que las líneas son los ríos. Acomodarse silenciosamente en ellos hasta aprenderse sus nombres y saber cantarlos con amor y respeto, siempre fluyendo.

Fluir, acaso haya sido el primer verbo olvidado en el mar por el hombre moderno, el de la agenda, el perdido en la segmentación del tiempo, la escala para medir los valores que al final no importan tanto.

Fluir. Después, agradecer. Ya la vida es otra.