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lunes, 30 de septiembre de 2013

Juro que odiaba la luz de otoño, pero de unos días para acá, hasta ella se ha vuelto amable conmigo. Juro que estoy loca y me cuesta existir, pero aún así río y tres veces al día procuro cantar y escribo tres horas por la noche y también bailo tres veces por semana. Juro que la soledad es agua común para mí y supongo debería odiarla, pero de unos días para acá me di cuenta que hasta ella, dadora de las reglas de mi vida, también ha sufrido una excepción y ahora soy yo la que se ríe de la desdichada. Juro que no dormí por perfumar los segundos para la memoria y juro también que a veces soy más eco que voz, pero no me desagrada. Juro que me amparo en la música y la literatura es mi latido. Juro que tengo dos nombres pero a veces quisiera llamarme ninguno. Juro que día a día descubro el verdadero sentido del juego y la fiesta. Juro que los extremos de la vida (risallanto, odioamor, alegríatristeza, fuerzadebilidad) son los mejores anfitriones y juro que me dan flojera los motivadores personales y los intelectuales distantes por igual, pues ambos mienten. Juro que fui jurada ante la vida y por eso no me caigo y siempre despierto. Juro que odiaba la luz de otoño.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Para César, in memoriam

Ayer sábado una buena parte de mi entorno se quedó sin sonido. En la madrugada habían apuñalado a César Salas, el famoso "Dedos", en la calle de Mina. 

La angustia de saber que un gran músico se había ido de repente fue inmensa. La tristeza de saber que un buen hombre se iba de este mundo de vilezas fue profunda. No era ya el acto en sí, que muchos calificaron como impune. Se trataba de esa clase de amigo con el que se intercambian palabras escasas porque sabes bien que él está más allá del bien y del mal y únicamente llegas a su campo gravitatorio para respirar algo así como la bondad o la calma. Así era él: franco y tímido, buena onda y sin poses. El único artista, me parece, que siempre se tomó en serio su profesión (jamás hizo alarde de su virtud como cellista, nunca hizo escándalos en los antros bohemios ni mucho menos empleó a la música como escaparate para obtener jugosas becas o puestos estratégicos en el mundillo cultural de esta ciudad). 

Lo conocía desde hace mucho. Que yo recuerde, participaba en todos y cada uno de los eventos de lecturas colectivas, ensambles de la escuela superior de música y eventos alternos de este páramo. Al tocar se tornaba solemne, de esa solemnidad que encierra una mansedumbre dulcísima. Respiraba después del sonido de sus cuerdas, nunca antes: así de respetuoso de la música era César. 

Mi primer contacto con él fue cuando le pedí que nos ayudara tocando gratuitamente en lo que sería la primer lectura colectiva en voz alta que dirigiera, titulada "Amor, feliz año del Tigre". El evento habría sido un verdadero fracaso de no ser por los veinticinco minutos magistrales que "Dedos" nos regaló, así, sin más, sólamente porque escuchó en mí una ilusión. 

Así era él: nunca hizo algo en contra de las ilusiones de otros. Todo lo contrario, ayudó con su música a cuanto ser vivo se le interpuso. Me imagino una tarde en casa de César, las plantas debieron ser las más felices de la ciudad. Lo sé porque los recintos se purificaban, o será que siempre he sido amante del cello y admiraba honestamente a este hombre, una réplica de Pablo Cassals saltillense. 

Me cuesta trabajo pensar que no lo veré tocando más, que su música ausente dejó a este lugar en el desamparo. Todo parecía tan normal. Incluso el jueves pasado le saludé en el evento de la premiación del Segundo Concurso de Fotografía del México Contemporáneo. Risueño y al mismo tiempo tímido, me regaló su sonrisa de ángel de siempre: en eventos o esperando a su novia a que saliera de Galerías, César siempre estaba en paz consigo mismo. Todavía recuerdo esa plática extendida que tuvimos un sábado de enero de 2012, cuando me platicaba de su proyecto musical (que después se llamaría Pernambucco), de sus ganas de seguir tocando, de su labor como padre, del amor que le tenía a su hijo. Es extraño cómo toda idea sobre la vida de pronto se extinga, sea por causa de un cáncer, diabetes, un infarto o un asalto, como ocurrió con él. 

Escribo todo esto porque quiero pensar que mi amigo, como la materia renovable que es, seguirá resonando en alguna parte del cosmos. Pero también escribo esto porque quiero dejar en claro dos peticiones:

La primera, que el país entero se dé cuenta que quien lo gobierna tiene en la miseria a miles que se ven obligados a delinquir, a ser los victimarios de almas sensibles que son tragadas por el sistema (Dedos ya era una víctima de la insensiblidad de toda una nación frente al arte: vivía al día y como quiera no dejaba de tocar). Exijamos pues, no más leyes justas, pues ya se ve que no quitan el hambre y no dan educación para alimentar a familias enteras. Exijamos el fin de la miseria, tanto intelectual como física. Comida y dignidad para cada ser humano, eso es lo que necesitamos. Yo no culpo a quien apuñaló a nuestro cellista, culpo a la sociedad y sus gobernantes por la indiferencia que va caminando hacia un siglo cuajado de crueldad y pobreza.

La segunda, que la comunidad artística saltillense ponga especial cuidado y respeto en lo que, según he visto y puedo pronosticar, se convertirá en un estandarte unilateral que buscará frutos para quienes no han aprendido a vivir el arte porque prefieren vivir de él. Si no son lo suficientemente sensibles como para reconocer que uno de los poquísimos artistas verdaderos se ha ido dejando un nido de ególatras sin talento, por lo menos guarden respeto por la ausencia de la música. 

Descanse en paz César Salas. Su cello lo acompañará en la formación de alguna nueva estrella. Y no se diga más. 

sábado, 28 de septiembre de 2013

Me encantaría volver a subir mis cuentos y ensayos, pero, amigos míos, de un tiempo para acá he descubierto mil ojos plagiarios. Eso es, además de indignante, una fuente segura de decepción: si decidí publicar mis textos era con el afán de compartir y dialogar, no de inducir a la copia de ideas. En recientes fechas, más que coraje, me dan tristeza esas personas: saber que las neuronas mueren antes de partir es ya causa de funeral. Mis más sentidas condolencias.

Sigo escribiendo. Espero muy pronto poder hacerles llegar, en físico, el resultado del oficio que me tiene atada a él, porque más que vida, la escritura y la literatura son mis más fieles amantes. Oxígeno y ozono, para ser más claros.

Desde aquí un abrazo a todos los que sé que han seguido visitándome en busca de nuevas ideas, de opiniones sobre el país y el mundo, de historias ficticias de humor negro y no de fragmentos de mi persona. A estas alturas está de más el hacerles ver que para mí, emoción e intelecto son una misma cosa y no tengo intención de escindirlas al momento de escribir.

viernes, 20 de septiembre de 2013

De unas horas para acá, la revirada del cuerpo, su consistencia, la materia que reúne su distancia y vuelve cálido el entorno y el contorno de las cosas. De unas horas para acá, la supresión de los motivos para arrastrar el viento, la certeza de que todo sigue igual y sin embargo ya no es lo mismo. De unas horas para acá el ocultamiento de la histeria y el regreso al recuento personal y mudo, casi extático, de su asombro ante mi asombro por la espontaneidad de la vida. De unas horas para acá regreso a la misma que se había dormido y es como para llorar porque sigo sin saber hilar las palabras a los puentes que la merecen.

domingo, 1 de septiembre de 2013

septiembre

Un mes más. El paso blando del elefante por la arcilla, el olor de la ceniza del sándalo y el copal en otro lado del mundo, esperando por mí. Yo, la viajera que escribe sus vuelos en papel. Yo, la viajera que decidió quedarse porque el viaje estaba entre la justicia y la palabra, nunca en los aviones.

Inicia otro mes, otros treinta días para seguir indagando el porqué del no rencor en los labios de los niños, para maravillarse de la pulpa del durazno hasta el llanto, o guardar secretamente en los bolsillos las ganas de arena para escribir el nombre de las fotografías que llevo en mi memoria futura, y están perfumadas de un amor infinito, consagrado en los pasos lentos de una calle de verano que se apaga. 

Un mes más y estoy decidida a no prestarle mi voz al pasado porque está demasiado cercana la alegría o quizá la añoranza de ella, de las manos escribiendo amor en el aire, cachando la fragilidad de la luz y del tiempo en una palabra. Un mes como para desquiciarse en el huracán de la parafernalia de la literatura en la cual no participaré porque ya es otro tiempo y no creo más en aquellos que fingen escribir y en realidad solamente escriben sobre el papel como si éste fuera un espejo. 

Lluvia, niebla, calor tostando las venas, otra vuelta para llegar a octubre y verse la cara con el rostro que nunca creí ver pero me encanta hacerlo porque es más amador que amante, más silencioso que extrovertido. 

Un mes más y me confieso: amé septiembre por el descubrimiento más feliz de mi vida. Amaré este septiembre por la promesa de la luz diciéndome que hay una rueda de la fortuna, y está en la cima, y puedo ver desde ella el cielo, que es lo único que me interesa, aparte de las raíces de los árboles.