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martes, 2 de noviembre de 2010

Niebla plomiza

Asomó su nariz por la ventana tapada con papeles azules. El sol se había ido. En su lugar, un montoncito de niebla plomiza se había instalado en el cielo.

Era la ceniza del cigarro que se fumó algún dios malhumorado que vino a descargar su ira precisamente el día en que San Judas tiene su fiesta. El mismo que su padre y su abuela usaron para venir un rato a este mundo. Y luego se fueron.

Era el aliento de pastillas refrescantes de alguno otro, Dandy esta vez, que anunciaba el fin del verano fuera de lugar en la ciudad y la instalación, con carácter perpetuo, de las cosas y los lugares comunes que recitan, acompañan y dibujan al otoño.

O tal vez era el plomo de varios tamborazos de algún otro dios -uno rockero- que no tuvo la precaución de hacer menos ruido para que los habitantes de aquella villa eternamente feliz de aparador pudiera entonar cantos con codas que aluden a las despedidas abruptas.

Quién sabe. Ella estaba atrasada y eso era lo realmente importante. Apartó su cara de la ventana. Siguió pintando azules mientras un frío anormal le saludaba los dedos desnudos de sus pies que sabían qué dirección tomar, pero que desafortunadamente no eran dueños del cerebro terco del resto del cuerpo de aquella mujer que asomó su nariz para atestiguar cómo se van las cosas, los nombres y los recuerdos sin dejar rastro alguno.

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