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viernes, 2 de diciembre de 2011

Medianoche

Es de noche. Cansada por el día de todos los días, me siento en mi cama y cierro los ojos. El mundo que no me ve de día se desnuda frente a mis párpados caídos: de repente se instalaron en mis orejas las notas de un piano, las letanías de niños caucásicos que suenan como un coro que no envejece, las voces de radios de otros países construyendo con su conversación unilateral la escalera que los lleva al cielo, donde otra voces de radio los están esperando.

De pronto, el circo: Un muñeco bidimensional vestido con traje militar de los años cuarenta de una Europa que ya dejó de existir, baila con destreza, se contorsiona y brinca como si fuera de hule. Le siguen animalitos indescriptibles unidos por un cordel de plata sobre el cual caminan en el aire, para beneplácito del público -yo-. Siento que ya los conozco desde hace mil sueños, creo que ese es mi verdadero país...

Eso: cuando cierro los ojos recuerdo de dónde vine, viéndolos a ellos, mis inconexos parientes que no se atrevieron a cruzar la frontera y me empujaron un día en que nada más brillaron ocho soles de los once que siempre están. Ahora que me ven enmedio de una sórdida soledad, sienten algo llamado curiosidad -jamás remordimiento, saben que volveré a casa algún día- y abren su ventana para saludarme y pedirme que no deje de soñar medio despierta, pues el país de donde vengo está en crisis de sueños y soñar a diario en este mundo los alimenta.

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