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martes, 26 de mayo de 2015

Rapsodia del Aire, hoy

Después de mucho andar, de decir demasiado y equivocarse, de no decir nada y dejar que mejor hable por ti lo que afuera quiere hablar; después de permitirle a mi silencio hacer lo suyo y volver a escribir, esta vez más desnuda y vulnerable, llega mi primer libro. Lo había presentado hace dos meses, pero para mí la presentación de hoy es la buena. Espero la compañía de mis grandes amores, los que ya no están, los que me rodean con sus brazos hasta formar una red suavecita de pura ternura, mis anhelos, mi dicha, la parte de mí que siempre ríe. No espero de mi libro más nada, él ya llegó, dándome la felicidad más bonita del año. Agradezco que haya llegado a la edad que tenía mi mamá cuando me tuvo: para mí, más que un libro, es un hijo. Por tanto, no pretendo que vengan a mí los aires de elogios que construyen casitas para las divas ni mucho menos deseo el fulgor de los aplausos acartonados. Sólo deseo que convoque a la gente que sabe todo lo que dejé para vivir mi sueño, el ser literata, el ser más amante que esclava de la poesía y la literatura. Sólo deseo que me llene de flores las horas, casi igual a cuando mi mamá iba por mí al kínder y me giraba con su falda palo de rosa, floreada, indicándome que todo estaría bien. Sólo deseo que mis muertos me perdonen y sientan lo mucho que los amo, que mis hijos no nacidos hoy me canten muy fuerte, que Dios esté conmigo escondidito en la libreta pequeñita donde hoy no escribiré nada, salvo que fue el día que soñé hace nueve mayos...

Salvo que los sueños y visiones que uno tiene de joven son realidades que se alcanzan, no importa si llegan a tus ochenta y dos años. 

A quienes lean esta entrada, y puesto que creo en la capacidad del universo de converger puntos de espacio y tiempo, ojalá bailen conmigo esta Rapsodia del Aire. Me hace el regalo de presentarlo el ser más sabio, absoluto en su sencillez y sensibilidad, noble y abierto a los defectos del mundo. Me refiero al poeta Javier Acosta, mi maestro en mil cosas, pero sobre todo en una: se viene a escribir poesía no para maldecir al mundo ni para juzgarlo, sino para entenderlo a partir del mucho o poco amor que se tenga dentro. La lectura corre a cargo de mi otro amigo Víctor Antero Flores, el también eterno rebelde que aboga por la literatura que se hace por amor y pasión, más que por ganar un premio o un aplauso de cobre. 

El oro del poeta, del escritor, no son los aplausos, son la materia viva en la mirada de quienes te leen, el tiempo a favor o en contra que te regala momentos para perdonar y escribir; para amar y escribir.


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