Sucumbí al Facebook:

domingo, 24 de octubre de 2010

El aparador


"Sé que estás triste. Que aquel ente llamado destino te ha dejado con el nombre a base de consonantes. Vagas por tu mente, figuras una torre alta con el rostro de todas las mujeres y todos los hombres y todos los dioses que no has sido en esta vida, pero que intuyes hubieron albergado a tu corazón espasmódico en su piel. Atraes la alegría al sueño interrumpido. Miras por la limitada ventana los tendederos y crees haber hallado la noción del tiempo paralelo de esquina a esquina de los muros que los sostienen...".

"¿Es usted un quiromántico o un poeta con ánimos de hacer una novela?", le pregunté. Altaír y todas las constelaciones de mi mano quedaron a expensas de una hermenéutica de las manos del inconsciente colectivo humano, otra vez, sin descifrar. Ni falta que hiciera. Tanto hoy como ayer y mañana, el ciclo del hombre es idéntico al de las plantas, el agua y la existencia del día y la noche. Yo pasaré por los mismos estadíos que los otros, con algunas cosas en común -que respiro, como, bebo y amo, por ejemplo- y otras no -que creo en la virtud del conocimiento y me hincho de soberbia cada vez que noto que hay alguien que no sabe lo mismo que yo he leído en algún lugar, no muy lejano de esta edad que me aturde.

Me detengo en aquel aparador instantáneo, llamado "pantalla de plasma". El aparador me detuvo. Yo detuve al aparador. Ambos estamos detenidos en esta porción de firmamento. Miro esa cajita de Joseph Cornell y me digo que todo es posible atesorar, siempre y cuando no sea mi propio yo el que se atesore en la caja misma del recuerdo. Mi otro yo atávico, el prístino, el etérico y el que está por llegar, aunque no sepa muy bien si yo llegaré a conocerlo.