Sucumbí al Facebook:

lunes, 4 de julio de 2011

EL SHOW

Asistí este domingo a un show de importación de alta calidad. Se llamaba "A Show Named Democracy" y la entrada no era libre. Debí mostrar una cosa de plástico con mi cara de hace varios años -la misma que uso para que reconozcan que existo, aunque no sé por qué, pero en realidad siempre he sabido que comparto una realidad con las demás personas... sensaciones raras que de repente me inundan, nada más- para poder entrar y disfrutar del programa, mismo que no pude presenciar hace casi seis años, cuando me robaron la cartera donde traía mi pase VIP a tan magno evento.

Me enteré del show porque días antes mucha gente comenzó a regalarme cositas simpáticas, como papeles pintados que no se podían reutilizar y calcomanías que impedían la visibilidad de todos los vidrios de mi carro. La descomposición surrealista de los decibeles emanados de las bocinas y los altoparlantes dio en el blanco a mi cerebro expuesto a toda clase de mensaje en cualquiera de sus manifestaciones: tácito, subliminal, directo, etc., con lo que mis oídos fácilmente quedaron subyugados a la manifestación acústica de una fiesta anunciada. "El momento cumbre de la civilización", "La celebración de la representatividad", "La consolidación de una lucha histórica", decían.

Fue precisamente la última frase la que me hizo indagar el por qué se ahondaba en la calidad del evento. Encontré pues, que el show al que asistiría tenía inspiración en otras fiestas más antiguas, todas igualmente engendradas por minorías sabias que decidieron un buen día dejarse de complicaciones y allegarse de una masa indistinta que les permitiera vivir. Varios señores de culturas variopintas (en especial las de occidente reciente) inspiraron los modelos, personas con lustre en sus cabezas que inventaron formas de existencia sistémicas impuestas a la sazón de unos cuantos golpecillos y monerías similares. Ninguno de ellos trabajaba tan duro como quienes, años después, aceptarían sus ideas como dogmas de supervivencia y del destino, prueba de ello era la vasta afluencia al show. Entendí entonces que el evento tenía algo así como un certificado de calidad, una garantía pegada como los sellitos de las carnes que importamos.

Convencida pues, del respaldo histórico del evento al que estaba por asistir, hice acto de presencia. Yo imaginaba un circo y lo hallé: unas casitas instaladas a prueba de polvareda y lluvia estaban ahí, las pancartas de cartón con letra temblorina, como quien ha pasado mucho tiempo riéndose: VIVA Y VEA <---A a la G / SUEÑE Y VIVA---->H a la Z. Imaginé ver a unos hiperestésicos, y también los vi: estaban con sus cerebros abiertos, mostrando las caras de todos los habitantes del mundo. Podía uno preguntarles por el nombre de cualquiera, ellos sabían de quién le estaba uno hablando. Imaginaba ver unos magos y también estaban allí, con sus cajitas naranjas y violetas, a punto de dar el toque con sus varitas mágicas. Y los payasos. Nunca deberían de faltar los payasos. Y tampoco faltaron. A mí me tocó uno goooorrrrdooo y sin chiste que con mirarte te hacía llorar. Le pregunté que a cuál escuela había ido y me dijo que a la de la vida, lo cual no me provocó gracia alguna y por lo tanto me hizo concluir que efectivamente estaba en presencia de un payaso, sentado en la esquina mirando al microuniverso que se desplazaba por ahí. De todo sacaba chiste. Todos los que estaban ahí lo celebraban. Igualmente imaginé ver al ilusionista y también lo vi ahí: con su sombrero y su bigote bien peinado, giró en el aire su mano que se volvió un caracol y de pronto aquello pasó de circo de pueblo a un emocionante programa de televisión: las luces de colores me hacían sudar, el aplauso sostenido de un público felizmente sometido a las porras de chicas bien formadas y a las decisiones de un jurado calificador me hizo entrar en acción: los magos preguntaron "quién dijo yo" y yo levanté mi pulgar.

El acto de magia no tuvo mucho chiste: me invitaron los magos a pasar por detrás de una cortina de plástico. Yo esperaba que me devolvieran en calidad de Scarlett Johanson o de perdido Monica Bellucci, pero a lo más que llegué fue a regresar con mi dedo pintado y mucha confusión: durante el trayecto, pude ver a las mismas hojitas pintadas, pero ahora había otros nombres. Una crayola negra me decía que debía tachar un cuadro, pero para qué, le respondí, eso no tendría chiste: ya todo ha sido pintado, ya todo ha sido dicho por el artista que hizo esta hoja.

Como había llegado tarde a la función porque los shows no tienen mucha relevancia para mí, mi inspirada indecisión obligó a los productores del show a pedirme que agilizara el evento. Entonces escribí algo así como "Quiero ir a un lugar llamado Utopía ahora.".

Y en ese momento, la escenografía del show se disipó. Todos se fueron. No quedó siquiera el eco de la fiesta -donde no vi pasar los refrescos de sabores ni las palomitas ni las almendras confitadas-. Sólamente muchos papeles en blanco que caminaron en espiral hasta formar una frase: "Sigue participando. Suerte para la próxima.".

No hay comentarios: