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jueves, 18 de mayo de 2017

De sandías y calores

Arrecia una ola de calor en Little Jump. A mis 34 años, sigo sintiendo la misma energía vital de mis dulces veintes, el pulso erótico deslizándose por todas las ramas de este gran árbol llamado vida, espacio, multitud. Imagino que voy a levantarme y pintaré ventanas con fondos amarillos o tal vez venceré las sandías de Tamayo. Sandías... Me gustan bastante, creo que más por su forma que por su sabor. El arco de las sandías es perfecto. Si sobre esa línea blanca que antecede al verde indecente uno pudiera aseverar que en efecto, la vida y obra de una sandía como personaje, diría que es cierto: una curva perfecta por donde pasan las raíces invisibles de las semillas.

He dormido bastante mal, pero esto es más bien por ese llamado insistente de mi otro yo por escribir algo que realmente me importe. He vivido los últimos ocho meses en mi faceta de abogada y me extraño mucho, me extraño en verdad.  Como es impostergable la labor asignada que tengo en estos días, decidí dormir muy poco para despertar a la mujer insolente que sigue burlándose del tiempo, aunque de repente sea éste el que ya empieza a burlarse de ella: como consecuencia natural de mi negación por las mascarillas y otros trucos femeninos comenzados en juveniles etapas, mis ojos ya tienen esas arrugas que de niña adiviné, cuando llegaba a verme en el espejo y me hacía gestos. Mi cuerpo oscila entre la sensualidad de una mujer curvilínea de los años cincuenta y la perpetua imagen de la juventud. Hay quienes han insistido en quitarme esa prerrogativa, ganada a golpe de terquedad de mi parte por demostrar una franca antipatía por los cortes de señora de treinta y tantos y sentir que sigo siendo la veinteañera que no tiene nada que exigirle al mundo, y por lo tanto, éste no tiene nada que exigirme a mí.

Me siento bastante liberada por retomar este blog. Extrañaba mi intimidad con el ciberespacio, extrañaba el ritual de escribir para mí y dejar al aire la desnudez de mi cerebro y mi corazón para que otros la contemplen y luego la juzguen o simplemente pasen de ella. El silencio era necesario. Pasaron cosas trascendentales que deben de vivirse y no escribirse. Si no hubiera hecho caso a esa voz tan mía, probablemente seguiría escribiéndoles con la inquietud casi anodina de una mujer que vive, pero no trasciende.

En fin, que la primavera del 17 me sienta demasiado bien. Es mi estación favorita. Todas las esperanzas renacen y las promesas parecen quedarse, esta vez, para siempre. Los colores intensos allá afuera invitan a releer los libros de historia del arte, de hacer arte una misma, ir por unas plantas para intentar la responsabilidad de un ser vivo mientras éste te canta una canción...

La canción que puede ser la de la paz interna. Hay completud aquí, en mi nueva casa. 

Arrecia una ola de calor. No es en Little Jump. Es en mi corazón.

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