Un boquete abrió la galaxia de páramo que circundaba mi casa. La descubrieron a la muy desdichada, sola, riéndose, medio maldita. Algo muy en mi interior me hizo pensar que realmente no era su intención quedarse tan seca, como noria postrevolucionaria. Pensé que ese es el destino de todo lo que muere: un hoyo. Galáctico o no, siempre habrá un hoyo para deslizarse en un pseudoabismo, revisar con el ojo pelón los defectos y las ausencias, tapar bien el hoyo después de la introspección del subsuelo.
Enorme, como ojo enganchado a un agujero negro sideral, el boquete me sonríe. Casi puedo intuir que para una hormiga, aquello es el verdadero paraíso, que tras el juicio final hubo sido sentenciada favorablemente a vivir ahí el resto de sus hormigueros días.
Sé que alguien más me sonríe. Es una diosa. También venía de buscar algo esencial. Prana, en su sistema nutritivo.
Yo por lo pronto, me conformo con tener agua de nuevo como aquella vez de las semanas anteriores a esta en la que les escribo todo este raro esto.
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