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viernes, 22 de abril de 2011

De una Canción Cardenche

Han sido buenos los dioses conmigo,
digo.
Y no tengo miedo de dejar atrás,
en una muerte sin despedida previa,
la mujer invisible o gris, escarlata o magenta,
que me he dado en la vida.



Llevo como media hora viendo y oyendo Yo ya me voy a morir a los desiertos, en el Youtube. Llevo toda una vida pensando en la transgresión de la muerte, sus colores, sus formas, sus encantos y aberraciones. Tengo más o menos un año creyendo que se puede morir desde adentro para renacer en algo distinto (no confundir con el "animus renascendi" en seres como un colibrí de la cultura hindú: sería maravilloso, pero para eso tendría que morirme físicamente primero). O regresar a los orígenes a partir de la verdadera risa. De la inocencia. Hace rato escribí en el feisbuk "Si el columpio no viene a ti, tú ve hacia el columpio" y la gente pensó que yo hablaba de un columpio asesino... Los columpios. Deberían hacer columpios para la gente adulta, así sería más fácil recuperar cierto grado de inocencia perdida en los parques, sin tener que intentar matar lo malo o medio morir al pasado. La muerte...

Los viernes santos en mi ciudad no se habla de la muerte, pero se siente. Nadie murió en realidad. Es que estamos muertos todos y es que todos nos olvidamos de pensarnos entre nosotros, al grado que nos borramos de nuestras recíprocas consciencias y nos desvanecemos en la amarillenta memoria colectiva de una ciudad que se disparó en personas y puentes, calorones y asfalto, de un día para otro. Llevo varios años pensando que los viernes santos en mi ciudad esconden un gato encerrado, pero no sé si tenga que ver con la existencia, o si es puro estupor de estepa lo que inunda sus calles...


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