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sábado, 16 de abril de 2011

La fuerza del destino

Pero la fuerza del destino nos hizo repetir:
Que si el invierno viene frío,
junto a ti.

Mecano- La Fuerza del Destino



Ya tenía rato de no presenciar un embotellamiento. Verán, lo que pasa es que me he vuelto una mujer puntual dentro de sus laxos límites temporales. Tenía rato también de no encontrar oldies en la radio, más extraordinario fue así el evento de cantar una pieza completa en lo que avancé escasos veinte metros.

La canción es una de mis favoritas de Mecano: La fuerza del destino. No lo niego, de chavita también tuve mi lado cursi y casi puedo asegurar que esta canción representaba al amor de juventud, el clásico estadio platónico de la prepa y shalalá. Pero también representaba algo más, tal vez porque decía muchas veces una palabra que era en ese entonces un tópico insondable: destino.

Al oír los primeros acordes de la canción me puse a pensar en todo eso, y llegué a recordar lo que mi imaginario arrojaba, a ciegas, sobre la definición que poseía en aquel momento sobre esa palabra. De pronto me vi otra vez, imaginando mi destino de muchas formas. El mío y el de todos, el microcósmico y el caótico donde yo estaría rebotando de un lado a otro. Lo imaginaba más limpio, más ordenado, menos absurdo. Siempre melancólico, pero nunca tan desolador.

A unos cuantos metros más se divisan tres patrullas atravesadas por el boulevard. Me da miedo (recuerdos, balas perdidas y calladas, silencio entre la gente) y canto más fuerte: Pero la fuerza del destino... Qué fuerza, la que se imprimió en este destino en particular, caray. No lo digo por lo que me ha pasado a mí -que en cierto modo era previsible, con lo soñadora que siempre fui y sigo siendo-, sino por lo que percibo. Aquí no hay marcha atrás. No hay acción que valga. Habría que regresar al verbo. Habría que regresar al sentido más prístino de la palabra. No aludo a una cantaleta religiosa. Hablo de la fuerza de un término, la potencia de un fonema que revierta las vilezas del ser humano en algo llamado ética, espiritualidad, consciencia de la otredad, qué sé yo.

La fuerza del destino no puede ser ésta, me digo, mientras trato no pensar en los días previos a este momento. Tenía diez años de no cantar en voz alta esta canción. En algún lapso de mi existencia me propuse hacerlo cuando supiera que el destino me había alcanzado.

Aún no sé si fue un sueño, un mal sueño, y si podré cantar otra vez esta canción cursi sin que se me haga un nudo en la panza: veo dos pedigüeñas indígenas y dos inmigrantes limpiavidrios, calcinados por un sol inclemente y como veinte carros que les niegan los regalos más divinos que hay en el mundo: la mirada, la voz. Hace diez años era sólo una persona y los mismos veinte carros respondían, un peso, tres, veinte pesos la respuesta más un contacto de ventana a ventana humana.

La canción se fue. La cola de los transformers (lo digo por los conductores, fieras salvajes del asfalto, personajes híbridos salidos de las cloacas del establishment) comenzó a circular.

Ojalá que también circulara otra versión de la fuerza del destino, me dije. Rápidamente, me censuré por ilusa y cerré la boca.

Por eso, mi parte inocente vino aquí a escribir esto.

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