Es justo cuando enciendo el televisor que recuerdo quién fui hace una semana: una neurona más, varias ideas sin concretar, algo importante que decir. En pocas palabras, un ser mejor antes de verlo durante una hora. Me percato de todo esto cuando observo la huella de mi letargo en el canal que aparece con el encendido: la permanencia de la imagen, que da igual si habla, canta, brinca o se muere, tiene un eco indescriptible en ese lugar, donde dejé dormida la caja idiota. Escribo esto antes de que empiece el programa favorito que aún no acabo de encontrar.
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