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domingo, 29 de septiembre de 2013

Para César, in memoriam

Ayer sábado una buena parte de mi entorno se quedó sin sonido. En la madrugada habían apuñalado a César Salas, el famoso "Dedos", en la calle de Mina. 

La angustia de saber que un gran músico se había ido de repente fue inmensa. La tristeza de saber que un buen hombre se iba de este mundo de vilezas fue profunda. No era ya el acto en sí, que muchos calificaron como impune. Se trataba de esa clase de amigo con el que se intercambian palabras escasas porque sabes bien que él está más allá del bien y del mal y únicamente llegas a su campo gravitatorio para respirar algo así como la bondad o la calma. Así era él: franco y tímido, buena onda y sin poses. El único artista, me parece, que siempre se tomó en serio su profesión (jamás hizo alarde de su virtud como cellista, nunca hizo escándalos en los antros bohemios ni mucho menos empleó a la música como escaparate para obtener jugosas becas o puestos estratégicos en el mundillo cultural de esta ciudad). 

Lo conocía desde hace mucho. Que yo recuerde, participaba en todos y cada uno de los eventos de lecturas colectivas, ensambles de la escuela superior de música y eventos alternos de este páramo. Al tocar se tornaba solemne, de esa solemnidad que encierra una mansedumbre dulcísima. Respiraba después del sonido de sus cuerdas, nunca antes: así de respetuoso de la música era César. 

Mi primer contacto con él fue cuando le pedí que nos ayudara tocando gratuitamente en lo que sería la primer lectura colectiva en voz alta que dirigiera, titulada "Amor, feliz año del Tigre". El evento habría sido un verdadero fracaso de no ser por los veinticinco minutos magistrales que "Dedos" nos regaló, así, sin más, sólamente porque escuchó en mí una ilusión. 

Así era él: nunca hizo algo en contra de las ilusiones de otros. Todo lo contrario, ayudó con su música a cuanto ser vivo se le interpuso. Me imagino una tarde en casa de César, las plantas debieron ser las más felices de la ciudad. Lo sé porque los recintos se purificaban, o será que siempre he sido amante del cello y admiraba honestamente a este hombre, una réplica de Pablo Cassals saltillense. 

Me cuesta trabajo pensar que no lo veré tocando más, que su música ausente dejó a este lugar en el desamparo. Todo parecía tan normal. Incluso el jueves pasado le saludé en el evento de la premiación del Segundo Concurso de Fotografía del México Contemporáneo. Risueño y al mismo tiempo tímido, me regaló su sonrisa de ángel de siempre: en eventos o esperando a su novia a que saliera de Galerías, César siempre estaba en paz consigo mismo. Todavía recuerdo esa plática extendida que tuvimos un sábado de enero de 2012, cuando me platicaba de su proyecto musical (que después se llamaría Pernambucco), de sus ganas de seguir tocando, de su labor como padre, del amor que le tenía a su hijo. Es extraño cómo toda idea sobre la vida de pronto se extinga, sea por causa de un cáncer, diabetes, un infarto o un asalto, como ocurrió con él. 

Escribo todo esto porque quiero pensar que mi amigo, como la materia renovable que es, seguirá resonando en alguna parte del cosmos. Pero también escribo esto porque quiero dejar en claro dos peticiones:

La primera, que el país entero se dé cuenta que quien lo gobierna tiene en la miseria a miles que se ven obligados a delinquir, a ser los victimarios de almas sensibles que son tragadas por el sistema (Dedos ya era una víctima de la insensiblidad de toda una nación frente al arte: vivía al día y como quiera no dejaba de tocar). Exijamos pues, no más leyes justas, pues ya se ve que no quitan el hambre y no dan educación para alimentar a familias enteras. Exijamos el fin de la miseria, tanto intelectual como física. Comida y dignidad para cada ser humano, eso es lo que necesitamos. Yo no culpo a quien apuñaló a nuestro cellista, culpo a la sociedad y sus gobernantes por la indiferencia que va caminando hacia un siglo cuajado de crueldad y pobreza.

La segunda, que la comunidad artística saltillense ponga especial cuidado y respeto en lo que, según he visto y puedo pronosticar, se convertirá en un estandarte unilateral que buscará frutos para quienes no han aprendido a vivir el arte porque prefieren vivir de él. Si no son lo suficientemente sensibles como para reconocer que uno de los poquísimos artistas verdaderos se ha ido dejando un nido de ególatras sin talento, por lo menos guarden respeto por la ausencia de la música. 

Descanse en paz César Salas. Su cello lo acompañará en la formación de alguna nueva estrella. Y no se diga más. 

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