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domingo, 1 de septiembre de 2013

septiembre

Un mes más. El paso blando del elefante por la arcilla, el olor de la ceniza del sándalo y el copal en otro lado del mundo, esperando por mí. Yo, la viajera que escribe sus vuelos en papel. Yo, la viajera que decidió quedarse porque el viaje estaba entre la justicia y la palabra, nunca en los aviones.

Inicia otro mes, otros treinta días para seguir indagando el porqué del no rencor en los labios de los niños, para maravillarse de la pulpa del durazno hasta el llanto, o guardar secretamente en los bolsillos las ganas de arena para escribir el nombre de las fotografías que llevo en mi memoria futura, y están perfumadas de un amor infinito, consagrado en los pasos lentos de una calle de verano que se apaga. 

Un mes más y estoy decidida a no prestarle mi voz al pasado porque está demasiado cercana la alegría o quizá la añoranza de ella, de las manos escribiendo amor en el aire, cachando la fragilidad de la luz y del tiempo en una palabra. Un mes como para desquiciarse en el huracán de la parafernalia de la literatura en la cual no participaré porque ya es otro tiempo y no creo más en aquellos que fingen escribir y en realidad solamente escriben sobre el papel como si éste fuera un espejo. 

Lluvia, niebla, calor tostando las venas, otra vuelta para llegar a octubre y verse la cara con el rostro que nunca creí ver pero me encanta hacerlo porque es más amador que amante, más silencioso que extrovertido. 

Un mes más y me confieso: amé septiembre por el descubrimiento más feliz de mi vida. Amaré este septiembre por la promesa de la luz diciéndome que hay una rueda de la fortuna, y está en la cima, y puedo ver desde ella el cielo, que es lo único que me interesa, aparte de las raíces de los árboles. 

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