Sucumbí al Facebook:

sábado, 14 de junio de 2008

La valemadrina.

El jueves, mientras "hacía el súper" ví la Vía Láctea Entera. Yo, que soy amante de las estrellas, los asteroires -que no esteroides, a mí me gustan normalitos- y todos lo que suena a Universo, tuve esta oportunidad irrepetible...e indeseable. Para empezar traía unos tacones insufribles ese día, y mientras le daba al carrito con pueril felicidad, un grupo de estudiantes de una de las muchas secus pasó justo a lado mío, empujándome y provocando, sin querer, que el penúltimo dedo de mi pie derecho frenara la ruedita mugrienta del carrito sorianero destartalado.

Me imagino que puse una cara de esas medio feonas, porque, a decir verdad, los muchachos pelaron sus tiernos ojos negros en todo su ancho. Me dolió la uña, luego el pie, luego la pierna, luego la cadera y al final hasta me salieron unas lagrimillas de mis cuencas de por sí llorozas por exceso de rímel -tal vez de vanidad también-. Luego me dolió mi pánico escénico, cuando tres ñoras metichonas se me quedaban viendo como si de un "mostro" se tratara. "Soy la mostra de la Laguna de Mayrán", pensé decirles, pero para qué hacer argüendes...

También me dolió mi orgullo. Los pubertos, en su afán de querer resarcir el daño empezando por mostrar respeto, me preguntaron "¿qué le pasó, señora?"... estuve tentada de ir (aunque fuera cojeando) por una de esas cremas maravillosas que te alisan hasta lo inalisable, pero mi código de ética marleniana me lo negaron rotundamente.

Sonreí. Finalmente, sonreí. Luego, me reí bien. Les dije: "nada, chicos, no pasa nada, fue un accidente y ya. Gracias por preguntar, neta estoy bien".

Y un "¿ya ves, wey?, por poco y le pasa algo más serio a la señora" Y los pendejeismos y otras palabras similares comenzaron a llenar el espacio (y la brecha generacional). Como vieron que yo estaba muy divertida no hiceron otra cosa más que reírse -sin mí, obvio- también, luego de pasar la fase de estudio del bicho raro -o séase, yo-.

Y me fui cojeando el resto del maravilloso tour sorianero. Me dio tiempo de ver hasta los cubre tapas de los baños y las toallas y esas tonteras que por más que le hago no consigo hacer parte de mi vida. Las lavo, sí. Les echo downy, también. Pero no las compro. Ni siquiera pregunto por ellas cuando voy al súper. La luz amarillenta ayudaba a sentirme en una especie de túnel atrapa mujeres solitarias que te dice: "mira hacia el pasillo de lácteos light", "cómprate ese vestidito rabón emputecido, de seguro así sí consigues mariidoo", "vente Marlén, no te quedes solterona".

("¡¿Solterona?!", díjeme... "A los 25 apenas se empiezan a abrir los ojos...solteronas las de 100 años. Nadie en este mundo puede ser catalogado de solterón. Yo más bien pienso que es una de las tres opciones siguientes: a) Romántico que se quedó esperando a su primer y único amor; b) Personaje que decidió irse a un convento; c) Sabio que prefirió ser libre antes de hacerle daño a alguien por no estar seguro de querer comprometerse según los cánones sociales imperantes").

"Vente Marlén, cómprate el nuevo polvo para que no se te vean las imperfecciones de tu cutis"...

"¡¡Ayyy mamacita!!" Pensé para mis adentros (imagínense a mis vísceras gruñendo en armoniosa sinfónica gástrica). "¡¡Yo voy por mis chokis y mi queso crema, y ya!! Ya luego le abono los seis kilos menos al mendóriga de la tele. ¡¡Las caderas no mienten, lo dijo una prieta con pelos de espantapájaro!!"...

Compré la lista que la mamá me encargó. Sumé para luego ver que se bajaba el cero y no contenía. Y traté de tarear canciones chidas para no irme al túnel de la monotonía. Porque, finalmente, convertirse en una abnegada ama de casa es una monotonía. Y esa monotonía radica, claro está, en que una mujer lo elija por sumisión ante la imperiosa presión social. De ahí la abnegación. De ahí la tristeza. De ahí tanta cadera ancha demás. De ahí López Dóriga acomodándose -y el Fabuloso y el lavatrastes que huele a jabón Foca y todo lo demás-. Tener una casa y cuidarla, sí. Pero cuando hay amor y convicción. Por amor a tí misma y a quien viva contigo. Y sin la noción de esclavitud, por favor. No sé de dónde carajos sacaron eso de que una nace con el código de barras que al pasarse por la lentilla dice "agítela, explótela y luego tírela (tíresela antes, si quiere, pero igual tírela después)".

"Seguramente fue el golpe", pensé, "pero estoy viendo estrellitas al final del túnel... Ah no, me equivoqué: son las deslumbrantes ofertas del día de hoy...".

No sé cómo di a mi casa, pero llegué -pescada del volante, pero llegué-. Mi jefa le llamó a mi hermana luego luego para decirle que me habían machucado mi uña los ánimos cachondos de unos pubertos buena onda. Mi carnala me recetó vía telefónica "Lyrica" (yo pensé que sería mucho mejor un laúd, para hacerme una canción de protesta contra el consumismo y el machismo engendrado por las féminas). Una por la noche.

Y ¡ah qué noche pasé!, en cuanto cerré los ojos ya no supe nada de mí. Otras veces los cierro y me imagino todas las cosas que un poema no puede alcanzar a describir. Los cierro y platico con mi corazón, que siempre es tierno y buena gente. Me soporta en mis días non gratos y me da ánimos en los restantes. Es lindo. Hemos aprendido a querernos hará unos seis u ocho años.

Pero ahora nomás no platicamos nada. Es más, ni siquiera pude entender lo que había leído dos minutos antes. Caí en un sueño profundo, denso, largo, muy largo.

A la mañana siguiente, un ruidito chiquito de la puerta de a lado me hizo despertar. Mi hermano se había ido a Monterrey y yo ni encuenta. Un mareo le siguió a una lágrima indiscreta, imprudente y anunciadora de que el día 28 llegaría en el lapso que emplée al regresar a la cama para ver si se me quitaba el apendejamientus lapsus que sufría. Era oficial. Estaba dopada.

Desperté hasta la 1:30 pm, un poco menos mareada. Intenté hacer cosas con mi cuerpo para despejar la mente -y quizás el corazón y esas conductas horribles que a veces sobrevienen con las manchas rojas impertinentes, que a tantas alegra y a otras obsesiona, sea porque las desean o porque no la desean-, pero no pude.

Me senté a escribir. De mi experimento salieron cosas muy chidas. Un francés fluido y un español olvidadizo...eran las cinco de la tarde. Una conocida que cada vez que me dice "amiguis" siento el mismo enchinamiento de mi cuero igualito a cuando la profe Lupita rechinaba el gis en la primaria, no tanto por la hipocresía que guarda el apelativo sino más bien por la grosería de desdeñar el concepto de amistad equiparándolo a un nombre de golosina, me llamó para invitarme a ver a la Camerata de Coahuila. Decliné la invitación.

No es que no me guste ir a escuchar a la Camerata. La verdad es que me gusta ir a ese tipo de eventos. Pero con ella no. Se la pasa poniéndose "gloss" (pomada pa' la trompa que usamos las mujeres en versiones que van desde la normal hasta la que huele a mango y a chamoyada y esas locuras y tonteras del mkt) cada diez minutos -doce, a lo mucho- y mirando de acuerdo con el patrón hombre-celular-hombre-espejito-hombre. Me estresa. Hay pocas cosas en la vida que lo hacen con esa simpleza y fluidez. Mi "amiguis" es una de ellas. Simplemente ir con ella es casi igual a saber que no oiré nada porque se la pasa rechinando su asiento volteando para todos lados buscando un hombre guapo, joven, formal, de dinero, culto, soltero, carismático, que sepa hablar en suajiri y no sé cuántas cosas más en la penumbra acogedora de un auditorio.

Así que agarré mis llaves y me fui a ver la obra de teatro en turno puesta en el Teatro del IMSS. Bajé la escalera del camión con singular alegría, cuando vi que nadie notó que andaba mareadísima. La Lyrica me insensibilizó ante el dolor de la uña pubertizada -hoy púrpura- y ante mi entorno cercano. Redoblé esfuerzos para permanecer impávida -una dosis normal requiere nervios de acero- y decidí ser lo que en ese momento era: hojita al viento, nubecita voladora. Niña reencarnada en mí misma, again.

Miré la obra y no le entendí gran cosa. No fue culpa de la pastilla, sino del director (y acaso, del guión). No me importó ver que éramos poquitos en la sala. La Lyrica me insensibilizó a la tristeza...comencé a pensar que me insensibilizaba a todo, menos a lo bueno. Aún así yo quería regresar a mi estado normal, aunque mi uña púrpura volviera a darme la lata.

Regresé convertida en estrella. A esas horas yo medio volaba entre el cielo y el suelo. Una brizna de flores de gardenia me hicieron sentir a todo dar. El efecto deberá pasar a las 24 horas, pensé. Y así fue.

Cumplidas las 24 horas, el hechizo se fue, gracias a Dios. Juro que no vuelvo a tomar esa pastillita. Me conformo con mi imaginación y mis observaciones normales, cotidianas. Qué le aunque que no sea tan valemadrista. El viaje estuvo bueno, pero no gracias.

De la uña, todo bien. Ahora tomo paracetamol cada que me acuerdo que me duele. Me han dolido otras cosas mucho peor que esta uña. Además, fui tocada por el ímpetu de unos púberes felices...

Acabo de entender algo... No fue la Lyrica la que me produjo un estado de rara felicidad y somnolencia mareadora... Fueron ellos...

Quien haya dicho que la vida te da sorpresas, pues cuánta razón tenía.

No hay comentarios: