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domingo, 19 de septiembre de 2010

ROCKDRIGO (O LOS 25 AÑOS QUE YA ATRAVESAMOS EN ESTA HISTORIA –Y SIN TI-)

“Huapanguero, quisiera expresarte a tí
mis sentimientos”.

Rockdrigo dibujó una guitarra en su carta natal. Sólo las guitarras emulan la perfección del cuerpo femenino, en sonido y en cuerpo. Se apoderó de las espinas y las hizo profecías mexicanas, cumplidas una a una y año tras año: desde “Los Intelectuales” hasta “Gustavo”, no existe algo compuesto por Rockdrigo que no haya sido cumplido. Las canciones del Profeta del Nopal se actualizan dentro de un pretérito perfectible en este presente retroprogresivo (por no llamarle involucionado). En la lírica de Rodrigo González Guzmán (Tampico, Tamaulipas, 25 de diciembre de 1950 – Ciudad de México, 19 de septiembre de 1985) puede leerse un futuro que se deja atrás día a día y desde el arribo del TLCAN con canciones como la de “Tiempo de Híbridos”.
Estudiar, conocer e incluso amar la obra de Rockdrigo es una tarea obligatoria para todo aquel que quiera verse realmente enterado de las consecuencias que dejaron el Bicentenario y el Centenario que tan mareados a todos nos traen, aparte de leer a Ibargüengoitia, Monsiváis y Rulfo. En cada letra de Rockdrigo se oye latir un intertexto en donde el conocedor del antropólogo James George Frazer susurra con una ironía deliciosa: “México está preparado para el futuro, ¡vámonos todos al rancho electrónico! Los frijoles poéticos nos esperan”.


Dicen que la muerte…

Tal vez por eso murió aplastado: el peso de la verdad suele caer como un fardo en los hombros de los librepensadores. Le pasa a todos los que se atreven a divulgar lo que resultó de eternas noches en vigía, sea en fanzines que van a dar al bote de la basura, sea arrojando moneditas como Adrián, director de la extinta Universidad Universo, sea postulándose a un premio de literatura, sea cantando canciones que muchos llevamos como pegadas en nuestras primera y segunda pieles (es conveniente llevar dos pieles en estos días)… Tal peso sólo es soportable por verdaderos Kamikazes del Arte en tiempos de un oscurantismo tecnócrata que va para rato.
O a lo mejor a Rockdrigo se lo cargó la misma suerte que se lleva de encuentro a los intelectuales mexicanos que primero mueren antes que cambiar de ideas: hay un yunque sobrevolándolos día y noche, soles tras soles, en el consciente colectivo mexicano. No se conoce, hasta la fecha, a un sobreviviente del aparato censor existente en la década en la que El Profeta del Nopal fuera protagonista. Los garbanzos matemáticos no fallan. Y entonces, el terremoto del 85 vendría siendo solo una triste, absurda y poco afortunada coincidencia.
Quién sabe. Lo que sí es cierto, es que La Muerte anda siempre muy atareada, llevándose viejos, también muchachadas, en este país.


En la vulgar falta de identidad

Conocí a Rockdrigo un día de esos destinados a vagar por la pulga Nuevo Saltillo, cuando yo tenía 14 años. Mi vulgar falta de identidad me llevó a buscar cassettes de grupos que prefiero no mencionar. Pero el estribillo “préstame tu máquina del tiempo” me desvió de pasillo. Ahí estaba ese vendedor chilango con un montón de cassettes extraños. Su stand era una representación a escala de uno de los del mercado del Chopo. Rockdrigo era el rey del lugar.
No tengo que describir que quedé prendada de su ingenio (del Rockdrigo, no del vendedor). Su música tal vez no sería el non plus ultra, pero para escuchar ritmos bailables o sui géneris estaban otros “artistas” como ABBA u OV7. Rockdrigo me regaló, desde ese día, un mundo ajeno: México era una grieta, una cicatriz que manaba risas agridulces en letras hechas con todo el ingenio de un errante en su propio pueblo. Odié al tiempo y al universo (al que ambos le escribimos tanto) cuando supe que El Profeta del Nopal no existía más en la Tierra.
Contestatario, rockero rupestre, alburero (favor de oír “El Ete”), huapanguero de un país en transición… eso ha sido Rockdrigo para quienes lo conocemos. Pero para mí, al igual que Monsi y las Histerietas de la Jornada, Rockdrigo fue un formador de un tercer ojo capaz de criticar a esta nación que no tiene pies ni cabeza, pero que no deja de ser la nación de uno.
El doble discurso mexicano–Televisa vs. la miseria del campo y del obrero, por ejemplo– deja de doler cuando emergen las canciones de este juglar que nació en un planeta equivocado y que no tuvo tiempo de cambiar su vida (y qué bueno que fue así).


“Disparado hacia el cielo rumbo a Andrómeda/ vagando por el infinito voy”

Todos imaginamos cielos inexistentes que nos darán abrigo a la hora de morir. Cielos dantescos, cielos cristianos, cielos germanos, cielos mayas, cielos aztecas. Un cielo dónde guarecerse del horror de estar vivos; uno para perpetuar la alegría que nos embarga la tan temida espera de la muerte.
No creo que haya sido el caso de Rockdrigo.
Por lo tanto, este hombre seguramente no tiene un cielo aún: Rockdrigo ya tenía desde que habitó este planeta una dimensión llena de smog. Creo poder verlo viajando aún rumbo a Andrómeda. El viaje es largo, él no lleva prisa. Y nomás no se va.
No se va, porque varios miles (me incluyo), esperamos que regrese como una especie de subdios descendiendo de una nave hecha de una bolsa de papas fritas y un envase de cheve para mostrarnos que la grandeza de un país no es el sentido obtuso que otorga el nacionalismo a ultranza, sino la verdadera capacidad para apreciar los detalles que valen la pena ver, como los paisajes y los hombres que viven historias dentro de tales escenarios.
Rockdrigo: Eres la bitácora, el oráculo y una adivinanza con respuesta tácita. Eres como el Rey del Viento de La Huasteca. Y el innegable Profeta del Nopal. Así eres tú.
Y ante tu insuperable ausencia, te pido discretamente: Préstame tu máquina del tiempo.



(Publicado en la revista virtual coahuilense "Agárrate. Magazzine Cultural", Septiembre de 2010).

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