Sucumbí al Facebook:

martes, 8 de febrero de 2011

El Verano de Goliat, intersección Alfonso Mejía

Querido Eduardo:

Dejaste tu herramienta de la hojalatería aquí. Dime si vas a venir por ella o si no para dársela al Pelón. Le debemos ciento setenta pesos a Jacinto. Acuérdate que le quedaste a Nacho de ayudarle a terminar la letrina. Las láminas de la cobacha están zafándose, dile a tu amigo que venga a repararlas el jueves que no estoy, Gabino le abre. Gabino sigue perdiendo el tiempo en el ejército, a ver si le encuentras un trabajo. La última carta que me enviaste no la pude leer, está toda tachoneada. Qué bárbaro, ni siquiera sabes escribir...
O algo así decía la carta que intenté memorizar, junto con Gabino, el protagonista de la película "El verano de Goliat", la noche del sábado 5 de febrero. Lo hice para calmar mi consciencia por no haber entrado a ver el filme completo. Y también porque me pareció un acto solidario (ya ven cómo es una) dentro de una película, mitad ficción y mitad documental, que habla de la tragedia que vive en estos tiempos el México rural.

Entendí pocas cosas, sentí otras tantas: abandono, hambre, desamparo, confusión, ansiedad, cansancio. Niños que beben cerveza y juegan a los muertitos entre las milpas. Mujeres con maridos que se les van muy lejos y no vuelven. Ancianas que no pueden memorizar una carta, para conservar un mensaje intacto, por si acaso el destinatario no supiera leer. Jóvenes desempleados que también beben cerveza. La página local de cada pueblito, pues. La fotografía es buena, los parlamentos, ocurrentes. Ojalá pueda verla completa uno de estos días.

Y si vi nomás una mitad, fue porque mi amigo Livio y yo nos detuvimos a la entrada del cine a platicar con el último sobreviviente de la cinta "Los Olvidados", el mítico Pedro (que en realidad se llama Alfonso Mejía). Resulta que la dueña del cine Palacio lo trajo el día de la inauguración, pero a don Alfonso le tocó un pésimo clima. No estuve muy errada: realmente estuvieron olvidados los protagonistas de la inauguración de la LXII Muestra de Cine de la Cineteca Nacional.

Sinceramente no me detuve a platicar con él por el hecho de que fuera un personaje mítico de una película que ya se trasmina en las realidades de quién sabe cuántas décadas que lleva este país. En realidad lo hice porque siempre me ha gustado platicar con los mayores, ignoro si es para encontrar la causa y la culpa de la existencia actual de la sociedad, o si es para sacarles un remedio vivencial que permita experimentar la vida sin dolor (algo debieron haber hecho para llegar a los setenta y tantos). Y lo hice también porque los temas que están en peligro de extinción siempre causan interés en mí. Como ya les dije, él es el único que queda de esa película y ya nadie más volverá a platicarnos de lo que fue, significó o produjo en las vidas de tales o cuales personas, décadas, sociedades, qué sé yo.

Lo saludamos. Platicaba con Humberto, un reportero de un diario citadino. A Livio ya lo conocía. A mí me dijo: "Los saludos se dan de corazón", y me tomó del brazo hasta rodearme y darme un abrazo. Yo nomás sonreí y lo abracé.

Le dije que aquí en mi ciudad faltaba muchísima cultura cinematográfica. Él nos contó que hacía treinta años él venía con películas a ese mismo cine (el Palacio -espero que me den una gratificación por nombrarlo tanto. No, no es cierto-) y hacía un cineclub. Resultó ser amigo del dueño. Luego, empezó a recordar cosas del cine de su época.

Su plática transcurrió de Luis Buñuel a María Félix y de su infancia a un consejo para cuatro imberbes que estábamos ahí. "El cine ya no es como antes. Ahora hacen puro mugrero". En parte tiene razón. En parte no. Son otros tiempos. Lo que es cierto, es que hay una sobrepoblación de fresas con inclinaciones cinematográficas que en poco o nada nutren a nuestro cine nacional. Ignoro si a eso el señor se habrá referido.

"Luis Buñuel me dirigía con los ojos", dijo, mientras adoptaba una expresión casi infantil. "La ventaja que yo tuve fue que yo era muy dócil, entonces no fue difícil dirigirme". Nos refirió el filme de "El Perro Andaluz" y habló de la osadía de Buñuel cuando hizo esa escena donde le cortan el ojo a una mujer (que en realidad era un ojo de una vaca). También habló de la mitificación de los cineastas y artistas: "Yo no sé por qué la gente se obstina en pensar que una sóla faceta es todo lo que hace un artista. Se les olvida que también tienen sus gustos, su forma de vivir. Son personas.".

También comentó que María Félix lo había querido mucho. "Éramos amigos de su hijo Enrique. A mí me tenía un especial afecto, quizá porque yo era el único que la veía como la mamá de Enrique y no como María Félix. O a lo mejor porque yo tenía los ojos amarillos, como el hermano aquel que tanto quiso... Llegaba y siempre me acariciaba, porque a mí me gustaba andar siempre muy bien afeitado. Recuerdo que una vez llegué y me puso a ayudarle a ordenar los libros de su biblioteca. Era una mujer bellísima: traía unos pantalones de terciopelo pegados y unas zapatillas doradas. Era imposible abstenerse de mirarla y admirar su belleza". Cuando volví a ver las imágenes del "Pedro" aquel de los años cincuenta, entendí por qué La Doña lo quiso tanto. El hombre era guapísimo y, en efecto, tenía unos ojos hipnotizantes. Al parecer, don Alfonso era todo un galán de esos tiempos. "Tenía mis fans hasta en Argentina", decía mientras le brillaban los ojos. "Me ponían a firmar fotografías con dedicatorias...".

Fue precisamente así como conoció a su esposa. "Me enamoré de su figura. ¿Conocen a Audrey Hepburn? Estaba igualita. Así de bella era mi mujer. Todavía, aunque ya es mayor, es muy bonita". La chihuahuense se lo llevó a vivir a esa tierra que "me quitó hasta los problemas bronquiales. Me dio una mujer e hijos. Soy muy feliz allá... Recuerdo que su mamá fue hasta la Ciudad de México para hablar conmigo. 'No sabe guisar ni un huevo', me dijo. Pero yo no la quería para eso. 'No le hace', le dije. Y me casé con ella. Nomás por el civil, porque somos de religiones distintas. No le avisé a mis padres, cuando estuve instalado nomás les dije que ya me había casado".

A la par de su plática y a su ritmo, en su cara tranquila se observa un dejo de pasión. Debe ser eso lo que lo mantiene totalmente lúcido en esta tierra. "Estudien mucho, sobre todo las artes. Quienes nos dedicamos a esto somos una élite. Miramos con ojos distintos al mundo. Eso es lo que necesita este país: un enfoque distinto. Yo siempre he vivido mi vida como quien viera desde un punto determinado para hacer un encuadre". Cuando le pregunto cuál es la escena que se lleva al otro lado de la existencia, sin chistar me responde: "La vez que vi entrar por primera vez a la que ahora es mi esposa. Sus ojos, su rostro. Todo".

Mi amigo y yo le pedimos una foto. Me pongo a su costado izquierdo. "Estás muy alta", me dice. Yo nomás sonrío otra vez.

No hay comentarios: