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martes, 8 de febrero de 2011

Hahaha

Estábamos mi amigo y yo parados a la entrada del cine. La embarazada y ofuscada mujer de la entrada no nos permitía pasar. "Aún no termina la función", decía. Y todos mirábamos hacia el interior de las puertas de cristal, casi-casi como si nuestro rol de esa noche (domingo 6 de febrero) fuera la de ser saludadores de los asistentes de la función previa.

Fue así como me encontré a media docena de amigos, a quienes saludé con poca efusividad. Tenía hambre y las palomitas del fondo eran más atractivas que mis ya mirados amigos de siempre.

-Hola, ¿qué tal la peli?
-Hola, pues... ahí, más o menos. No es la gran cosa.

Entré con mi cesto de palomitas y una lista de adjetivos para una película que se tardaba más de los 120 minutos comunes y cuyos adjetivos oscilaban entre los "más o menos", "dominguera", "palomera", y "dos-tres".

Pero, ¡oh sorpresa! Para mi gusto no fue así. Hahaha se convirtió en una de las películas más bonitas que he visto en los últimos cinco años.

Es una cinta que aborda temas como la fragilidad, la delicadeza, la dulzura. Filosofía y poesía surcoreanas puras.

Los protagonistas, un poeta occidentalizado y depresivo y un cineasta recién corrido de la universidad (no me pidan que reproduzca sus nombres porque mi memoria fonética no es oriental) son dos amigos que platican cómo les fue en un pueblito de Corea del Sur, sin darse cuenta que ambos compartieron más que un pueblo. Es el arribo a una especie de matria, personificado en la madre del cineasta. Es un intento por recuperar la esencia, aquello que nos mueve a vivir y a hacer poesía. Es un regaño al ego de los artistas e intelectuales que se pierden en sí mismos y sus problemas existenciales, snobs y superfluos, cuando la poesía y el sentido de la vida radica en "mirar siempre las cosas buenas en la vida y tener siempre cosas buenas para dar", en palabras de un héroe nacional, llamado en la cinta "El Almirante".

"¿Qué es lo que ves en tu vida, amor?", le pregunta otro personaje al cineasta frustrado, una mujer que también personifica ese lado sensible-poético humano que únicamente la belleza, el amor y "las cosas buenas de la vida" pueden compartir (espero no verme feminista). También es ella la que hace que un tercer personaje masculino más en la trama se desgañite al intentar exponer su ajadísima pose existencialista cuando recibe de manos de aquélla una flor: "¿Por qué le llamas flor si no sabes cuál es su esencia, ni su nombre real?", le pregunta éste. "¡Tú también le llamaste flor! ¿Por qué te molestan tanto mis regalos?".

El director de este filme, Hong Sangsoo, maneja el sentido de la fragilidad y la delicadeza muy propias de la poesía y filosofía surcoreanas con escenas preciosas, como aquella donde la chica arriba mencionada hace que su novio la monte como si ella fuera un caballito, luego de que ésta se entera que la ha engañado; o cuando la madre del cineasta -una mujer ruda y amorosa que prefiere llamarle hijo a un extraño mientras que al verdadero no lo consiente tanto, aunque en el fondo lo ama como cualquier madre ama a su prole- comienza a llorar ante la inminente partida de su hijo. Me recordó muchísimo los crisantemos poéticos de Oh Sae Young (El tontito Hegel, El cielo de dios también tiene oscuridad). Únicamente faltó que al viento coreano le llovieran esos crisantemos de los que tanto habla este poeta.

Películas como ésta vale la pena mirar una que otra vez, sobre todo si se cae en los excesos de la oscuridad que provoca el ensimismamiento occidental y sus teorías filosóficas que son adoptadas, como copias de copias, a través de una lente desgastada que ya no sabe mirar hacia el interior. La poesía y la filosofía (el arte en general) siempre requieren un alma desnuda. Y escribir cosas lindas más seguido.

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