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jueves, 3 de noviembre de 2011

Letras femeninas, un breve panorama antes de dormirme

Los místicos dicen que la mujer, de escribir, debería hablar de cosas de amor y de armonía. Nada más difícil resulta esta sentencia para una mujer, que para poder escribir se embebió de toda la literatura del hombre y se formó dentro de la realidad intelectual del hombre. Es claro que se vuelve una prioridad el encontrar esa voz que dé una alternativa para la construcción de nuevos mundos pero, qué compleja se vuelve la encomienda cuando para empezar, muchas veces falta el respeto a la otredad (en este caso, configurada en el género femenino), y la producción resultante, más allá de un ser de carne. Ello, aunado a la postura francamente discordante, vengativa y rencorosa de ciertas mujeres como consecuencia del entorno, complica más las cosas.

En las últimas dos semanas he vivido dos experiencias que me dejan muy en claro el papel de la escritora dentro de entornos poco favorecedores. No me detendré a exponerlos, puesto que no son actos sui géneris (antes bien, estoy segura que los debieron padecer otras tantas mujeres que han decidido lanzarse a estos ambientes). En realidad me sirven como plataforma para intentar producir un texto que pueda definir la problemática de la intelectual y la artista en su campo de acción sin caer en discursos feministas. Personalmente, considero que la verdadera equidad entre los géneros y la retroalimentación es lo que daría un panorama distinto y menos conservador ni corrosivo frente a la problemática de la hostilidad intelectual.

Aún me queda la duda de si los místicos -sobre todo los de oriente- olvidan o de plano ignoran a mujeres excelsas, como todas aquellas que menciona la misma Sor Juana en su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz:

"Si revuelvo a los gentiles, lo primero que encuentro es con las Sibilas, elegidas de Dios para profetizar los principales misterios de nuestra Fe; y en tan doctos y elegantes versos que suspenden la admiración. Veo adorar por diosa de las ciencias a una mujer como Minerva, hija del primer Júpiter y maestra de toda la sabiduría de Atenas. Veo una Pola Argentaria, que ayudó a Lucano, su marido, a escribir la gran Batalla Farsálica. Veo a la hija del divino Tiresias, más docta que su padre. Veo a una Cenobia, reina de los Palmirenos, tan sabia como valerosa. A una Arete, hija de Aristipo, doctísima. A una Nicostrata, inventora de las letras latinas y eruditísima en las griegas. A una Aspasia Milesia que enseñó filosofía y retórica y fue maestra del filósofo Pericles. A una Hipasia que enseñó astrología y leyó mucho tiempo en Alejandría. A una Leoncia, griega, que escribió contra el filósofo Teofrasto y le convenció. A una Jucia, a una Corina, a una Cornelia; y en fin a toda la gran turba de las que merecieron nombres, ya de griegas, ya de musas, ya de pitonisas; pues todas no fueron más que mujeres doctas, tenidas y celebradas y también veneradas de la antigüedad por tales. Sin otras infinitas, de que están los libros llenos, pues veo aquella egipcíaca Catarina, leyendo y convenciendo todas las sabidurías de los sabios de Egipto. Veo una Gertrudis leer, escribir y enseñar. Y para no buscar ejemplos fuera de casa, veo una santísima madre mía, Paula, docta en las lenguas hebrea, griega y latina y aptísima para interpretar las Escrituras. ¿Y qué más que siendo su cronista un Máximo Jerónimo, apenas se hallaba el Santo digno de serlo, pues con aquella viva ponderación y enérgica eficacia con que sabe explicarse dice: Si todos los miembros de mi cuerpo fuesen lenguas, no bastarían a publicar la sabiduría y virtud de Paula. Las mismas alabanzas le mereció Blesila, viuda; y las mismas la esclarecida virgen Eustoquio, hijas ambas de la misma Santa; y la segunda, tal, que por su ciencia era llamada Prodigio del Mundo. Fabiola, romana, fue también doctísima en la Sagrada Escritura. Proba Falconia, mujer romana, escribió un elegante libro con centones de Virgilio, de los misterios de Nuestra Santa Fe. Nuestra reina Doña Isabel, mujer del décimo Alfonso, es corriente que escribió de astrología. Sin otras que omito por no trasladar lo que otros han dicho (que es vicio que siempre he abominado), pues en nuestros tiempos está floreciendo la gran Cristina Alejandra, Reina de Suecia, tan docta como valerosa y magnánima, y las Excelentísimas señoras Duquesa de Aveyro y Condesa de Villaumbrosa".

El punto se vuelve mucho más complicado cuando una mujer "pensante" posee además una gota mínima de belleza. Para fortuna o desgracia, quizá el otro género (e incluso otras mujeres) se escuden en una estrategia tan pobre como la de hostigar a la mujer haciendo alarde de su belleza, como si ésta fuera una suerte de dique que contiene todas las banalidades del género humano y por lo tanto, su presencia intelectual se vea directamente reducida a ser una pieza ornamental. Pensar que el que una mujer que desea superar y mejorar sus técnicas creativas busca en el fondo una doble ganancia es un acto equívoco por parte de quien lo suponga. Exigir que una mujer dotada en iguales cantidades de belleza e inteligencia forzosamente se vuelva una puta al servicio de cualquier intelectual es un acto erróneo. Ofender su inteligencia al dudar de su género es amoral y misógino.

Creo que la mujer, en su derecho a la libre expresión, debería abocarse a tratar temas universales, si bien masculinizados (por el entorno donde fueron creados), en razón a la necesidad de éstos de una alternativa intelectual. Me gustaría creer que lo podría hacer sin caer en agresiones ni adopciones de discursos ajenos en tiempo, espacio y género. Independientemente de si habla de problemas sociales como si todo el tiempo se dedica a hablar del amor y la armonía en la actitud del ser humano, pienso que debería ser una elección personal y no tanto empujada por la sociedad tradicional, llámese hombres, abuelas, madres, hermanas, maestras y amigas ortodoxas. El toque especial lo haría, en todo caso, la capacidad distintiva de la mujer al poner su sensibilidad al servicio del desentrañamiento de un problema. Poner la razón limpia de rencores sociales no vendría nada mal. Lo mismo podría hablar de astros en una novela de científicos de un mundo alterno, que de una mujer que encontró la paz en un centro yogui y se volvió la mujer más zen del mundo, después de haber sido la calculadora representante de un gran corporativo; hacer un ensayo de las becas que nos siguen faltando, a décadas del discurso aquel de la Woolf, que un proyecto de textos extraídos de cantos antiguos entonados por mujeres. La cuestión sería arribar el proyecto desde la intención y no desde el impulso.

Por otra parte, el esperar un cambio de parte de aquellos que aún siguen tergiversando la función social, intelectual y hasta estética de una mujer en este multisobado "tejido social" es tan necio como alimentar, siendo mujer, esa opinión. El cambio debería llegar, creo, por parte de quienes nos atrevimos a hablar, a pesar de las piernas torneadas y los labios o pechos sensuales. Un cambio lento, sutil y profundo, ayudado por los recuerdos y testimonios de quienes también hemos tenido la suerte de encontrarnos con otro tipo de creadores e intelectuales -minoría siempre- que han sabido comprender e incluso admirar la capacidad analítica, sintética y creadora de las mujeres, de entender la existencia del mundo como una pintura realizada a cuatro manos; las dos de él y las dos de ella. Un cambio que se geste en la nueva historia, uno que lleve una bitácora sin prisa de llegar a una meta que realmente no existe, salvo la de hacer respetar las letras en igualdad de condiciones por la sustancia misma y nada más.

1 comentario:

Gabriel Umaña dijo...

Qué equivocados están los místicos. Es acertada la afirmación sobre la mujer y su historia al lado de una literatura de hombres. No obstante, creo que las letras no son una cuestión de género, sino de la condición del ser humano y en esa medida, su desarrollo puede ser tan variable como la humanidad misma.
Muy intresante tu blog.
Tendré que leerte con mayor detenimiento.
Saludos.