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lunes, 3 de mayo de 2010

Fotorama

Algún día sabré por qué Procol Harum con su "A whiter shade of pale" me suena (o más bien, me retumba) como un taladro entre las ropas de la primavera. Nostalgia, le dirían los románticos. Añoranza, los cursis. Fotorama del álbum de boda mis padres que nunca vi porque ellos jamás tuvieron uno le digo yo. Ese sepia que nunca viví porque mi infancia ocurrió entre tonos pasteles y sin embargo a mí me regalaron siempre ese matiz: café, beige, almendra. Tierra blanda a punto de secarse y tierra seca a punto de caerse como meteoritos locales y lugareños.

Me disgustan las tardes en las que se resquebrajan los planes: soy capricornio (o simplemente caprichosa). Será que el vacío de los horarios muertos la acercan a una con aquello que precisamente no quieres meditar, oler o mirar porque sabes que te falta y no puedes hacer nada para remediarlo.

El calor me invitaba a pasearme las piernas, pero hoy tiré mi antifaz de la temeraria de todos los días: no me gustó la idea de participar sola de la tarde que tira flores donde yo no pude estar. No me quedó de otra que abrirle la puerta a mis vacíos.

Escuchar huecos arrastrados desde la infancia no es divertido. Siempre es la misma soledad. Los amigos a medias, las condiciones de la amistad como entre azul y buenas noches: cuando se están cercanos físicamente, los amigos nunca atienden al llamado lacónico de mi debilidad; y cuando están algo (dije "algo", no "totalmente") atentos a mi silencioso llamado de solitaria freak, resulta que están muy lejos.

Me siento distante, fatigada: la primavera en mayo, vista así, palmo a palmo, es una hendidura en el pie izquierdo del que tanto me jacto.

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