Los 27 quizá no se noten en el espejo. Pero este fin de semana cómo se me cargaron en las rodillas.
Creo que sólamente así podía percatarme de su existencia (después de 18 años de no tomarlas en cuenta). Casi nadie les presta atención, y en realidad son como los ojos huesudos de nuestros cuerpos: te llevan a donde debes estar (o las obligas a que lo hagan, aunque insistan en dar la media vuelta para ir a otros lugares). Se hincan por amor, se levatan por orgullo. Coordinan el baile de las piernas por gusto y se sientan por necesidad de recuperar el barco.
Este sábado me caí, y creo haber reconocido que ellas son las mártires de mi ciclónico carácter. Podría hacerles un réquiem, pero basta con que les escriba esto: las rodillas no leen, sienten y lloran igual que los ojos de la cara.
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Hace 2 horas
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