Admito que la lluvia siempre me ha estresado, cuando ésta no viene para calmar la furia de un día pegajoso y lleno de calor: el color gris oscuro (como alzando un muro de metal nublado para no ver el más allá que quizá no nos espera) deprime el verano (me deprime a mí).
Pero esta vez no ocupó tanto el sentimiento de depresión/desesperación en mi cabeza como lo hizo una preocupación que realmente sí me trae algo agobiada: ¿y si se hicieran menos puentes, se dejara de pintar y despintar olas azules y rojas, se hicieran menos spots en la tele y se pusieran a destinar ese dinero en hacer una presita? Coahuila es un estado con el agua limitada, y tener una presa no le caería nada mal a los habitantes de los ejidos a los que nunca les llega el agua, e incluso se reactivarían los campos de cultivo que a últimas fechas han estado padeciendo sequías. Construir acueductos para llegar a la zona del silencio hidrogenado.
Me voy a dormir pensando que el toper que está en mi clóset mañana sufrirá un hechizo y no portará más agua pequeña: le crecerán dientes-compuertas, habrá mar anegado para cuando la ceguera nos alcance la lengua.
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Hace 3 horas



1 comentario:
Pues a mí me encanta la lluvia, pero la lluvia suave, de esa que ves caer a través del cristal mientras tomas un te o una copa de vino.
Saludines
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