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miércoles, 8 de diciembre de 2010

30 sin Lennon

Treinta años de que Lennon se fue. No lo siento tanto por Lennon, sino por el recuerdo que tengo de los primeros 10 años de su ausencia.

Tenía yo siete años cuando me enteré que John Lennon existía. Los Beatles, esos cuatro señores que cantaban cosas pegajosas, ya medio habían sido registrados en mis oídos. No sus nombres. Yo descubrí el nombre de John Lennon el domingo 8 de diciembre de 1990 por tres fuentes directas: el otrora canal 2 de Monterrey, mi papá y mi primo Carlos.

Cada domingo visitaba, junto con mi padre, la casa de mis primos. Esa vez estaba sólamente Carlos: el resto de la familia se había ido de viaje y ni mi papá ni yo nos habíamos enterado. Tanto mejor. Ese domingo pude conocer algo más que la familiaridad del trato de mi primo. Melancolía por las cosas lejanas, le llaman ahora los postmodernistas. Yo más bien digo que es añoranza por tiempos que no alcanzamos a vivir.

Los tres -mi papá, Carlos y yo- fuimos a comer al Kentucky (ya no hay temor de decir gooool, porque la marca ya no existe. Es más, el Coronel Sanders seguramente estará descansando en paz ahora). El día era absolutamente gris y el sopor de las familias aletargadas hacían pesado el trayecto de la jornada dominical. Comimos bien, Carlos me hacía muecas y mi papá andaba como perdido (tal vez crudo, no sé). Salimos del restaurante. Fuimos a la Alameda.

Como siempre fui de lento comer, me llevé la gelatina mosaico por los pasillos. No sé si en aquel momento me daría cuenta de ello, pero ahora que lo recuerdo creo que tenía más color la gelatina que la tarde en sí. Los jueguitos eran de color metal. La cara de mi papá con el ejemplar de La Jornada bajo el brazo me invitaban a dormir una siesta:

-Mira, Charly. Hoy hace diez años que mataron a Lennon.
-Sí, tío -y en Carlos se vio un destello igualito al que tienen los adolescentes cuando alguien los ha interceptado en sus rituales propios. Carlos se había quedado en casa para conmemorar la pérdida de, tal vez, uno de los personajes más influyentes en su adolescencia. -Ya diez años, ¿cómo ve?

Está de más decir que a mi infancia ávida de colores y juegos no le importó un ápice el hecho de que un señor con nombre irreproducible tuviera diez años de muerto. Esperen: ¿dijeron diez años? Yo sólo tengo siete. ¿Muerto? La palabra muerte pocas veces se asoció con tal nitidez como la tarde plomiza (no creo que toda la gente de la Alameda supiera que Lennon tenía diez años de estar muerto) de aquel domingo. Desde entonces pienso que la muerte debe tener fiaca, síndrome depresivo o vive en Groenlandia: siempre llueve o hace frío cuando los míos se han ido.

Llegamos a la casa de mis tíos. Eran como las siete de la tarde. Todo oscuro. Las cortinas descorridas aún y ni un rayo de luz filtrándose por ellas. Una casa que otros domingos tenía tanta vida, esa vez parecía estar muerta. Pensar que debía esperarme una semana para poder ver a mis primas me parecía una eternidad.

Papá puso café y en lo que esperaba se sentó a ver la tele de la sala. Joserra no se entendía muy bien porque la señal de Imevisión no siempre llegaba a Little Jump como dios manda, por lo que era casi exasperante oír un "El Cruz Azul guashhhsuuhhhaa en el partido de ayer contra msszzshsshhh...". Oí barullo en el otro cuarto. Era la otra tele. Entré y vi a Carlos sentado frente a una cajita negra con cara triste. Me pareció extraño verlo a él en esa postura. Casi no veía televisión.

-¿Quién es ese señor?
-John Lennon.
-¿Ah, al que mataron?
-Sí, ése.
-¿Y cuándo fue?
-Un 8 de diciembre de 1980.
-Ah, 8. Como hoy. ¿Y qué le hicieron?
-Le dispararon.

La paciencia de Carlos contrastaba con el blanco y negro del entorno. Vi la cara de Carlos entre las sombras, como en negativo de fotografía. En blanco y negro estaban pasando las imágenes del programa-homenaje a John Lennon transmitido por el canal 2 de Monterrey: Una a una, la cara de Yoko Ono (años después me enteré del nombre) abrazada a John. John con su traje beatleriano. John todo peludo diciendo que hicieran el amor y no la guerra. John sentado al piano cantando Imagine. Imagine de fondo con notas en teclas de piano color blanco y negro. La noche más negra que el azul grisáceo que daba la televisión de perilla. Qué noche más triste. La pérdida a veces también tiene que ver con la luz que se escapa de un día, y yo ese día sentí que se me había escondido la luz, teniendo a cambio sólo blancos y negros, empezando por las páginas de La Jornada que captaban más la atención de mi papá que mi presencia.

El programa se acabó. En algún momento oí la de War is Over. Era como para ponerse a llorar, viendo las escenas (no sé por qué demonios las pusieron, si ni venían al caso) de miles de muertos por hambre, el holocausto. (A la fecha yo no he visto que las canciones de Lennon paren el hambre o que se hayan hecho fundaciones en pro de los niños hambrientos portando títulos de sus canciones o el nombre de Lennon mismo. Debe ser porque el Arte y la Filantropía -si es que mortificarse por los africanos y los pobres cabe dentro de la categoría- aún no encuentran el cóncavo y convexo que encuentran los amantes a la hora de hacer el amor).

...
Treinta años de que Lennon se fue. No lo siento tanto por él (tarde o temprano, el hombre se iba a morir de todos modos), sino por el recuerdo que tengo de los primeros 10 años de su ausencia: el blanco y el negro desde entonces significan la plenitud y la ausencia a tal extremo que he llegado a pensar que se confunden y son una misma.

Ahora que tengo 27 años, percibo una laguna enorme: miro a distancia y, a 20 años de haberme enterado de la partida de Lennon, yo me quejo más de la pérdida de la infancia que de la ausencia del ex-beatle. O más bien me duelo de aquel domingo en que mis ojos se abrieron tanto como para ver que estaba -como el resto de los seres humanos en este mundo- completamente sola, acompañada, acaso, de alguien que espera silente y sólamente una vez te saluda: la muerte. Y detrás de todo lo demás, persiste una vida que ebulle a merced del ánimo de los rayos o del ímpetu con el que uno se haya levantado en un día específico.

En estos treinta años sin Lennon (comienzo a sospechar que entre él, Maradona y el Ché muy pronto tendremos a un Jesús desplazado: la religión es fanatismo, no misticismo, en estos tiempos) agradezco que hoy haya amanecido con sol, aunque el frío esté algo bueno. Y aunque haya perdido media hora de mi tiempo (debo hacer un ensayo del amor según el Libro de Buen Amor -que cómo me está fastidiando, pero eso ya lo contaré en otro momento-), creo que era necesario insistir en esa imagen que me ha acompañado por más tiempo que otros eventos de mi vida.



2 comentarios:

Javier Acosta dijo...

yo recibí la noticia en el laboratorio de biología, en la secundaria. yo tenía mi caja de los beatles, una que vendían por correo los de selecciones del reader's digest. todo el día los noticieros hablaron de j. lennon, hasta el cuadrado de jacobo zabludowsky. felicidades por tu blog!

Marlén Curiel-Ferman dijo...

Dios mío! Tengo un post de Javier Acosta en mi blog!! Eso sí que ha sido un acontecimiento!

Además veo que también eres bloggero! Y tienes un montón! Los leeré con esmero de espía, jejeje.

Jacobo habló de la noticia? No cabe duda que Lennon movió el piso.

Un abrazooo!