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domingo, 12 de junio de 2011

EL CASO DE ROBERTA

Qué feos, qué traumantes, qué desgastantes, qué tristes son los adioses. Más, cuando vienen de un sólo lado. Más aún, cuando les antecede y procede una larga cinta magnetofónica con el silencio grabado en ella.

Qué desgracia son los fines sin explicación. Qué humillante, la verborrea que queda al otro lado del puente. Qué martirio, el que espera la nada que sobreviene.

¿Qué se hace con todo esto? Una novela no, los hechos son más bien como para seguir grabando el silencio, o dicho de otro modo, estas cosas rara vez configuran material para una novela. Demasiada humillación, demasiado dolor (especialmente si eres de una sensiblería digna de un autista cordial). Chance y la hagas cuando tengas ochenta años y el ridículo de tu feminidad ya no importe tanto. Poemas tal vez, pero salen súper cursis y normalmente las imágenes y los tropos y esas cosas no se dan, porque las apabulla el ofuscamiento. Cuentos, ¿como para qué? ¿A qué tipo de niñas les interesará saber su destino? ¿Qué no para eso tienen a Caperucita Roja? Un ensayo... Ya sé: ¡Aforismos en Twitter!

A lo mejor, mirarse al espejo, decirle cosas como "¿En qué parte del universo estoy, que todo sale rarísimo por aquí?", o el clásico mantra "Ésta no es tu realidad", y no comparar tiempos ni contraponer el hubiera: ya bastante se padece por el cortón silencioso como para traer las máximas de la abuela y la mamá. Por lo demás, no hay mucho qué hacer. Es como cuando te caes en plena calle, a eso de la una de la tarde, y todos te miran. Te levantas de inmediato y hasta caminas sonriente, crédula de que a alguien le importa tu sonrisa: te miraban por el ridículo, no por tu cara. Y te vas así, moviendo la cadera y el pelo, procurando dolerte el chingadazo en tu casa. Sucede algo similar con las humillaciones unilaterales, esas que se ganan de un día para otro y sin saber muy bien cuál fue la causa: escribes pendejadas en medios alternos, estudias a los estudiosos, llenas solicitudes para volverte asceta intelectual, evitas las palabras que por asociación te traigan una visión holográfica del príncipe de televisión que te dejó en el suelo. Y sigues, cojeando tu cuartilla, echando el moco ante la desventura del knock-out obtenido gratuitamente.

Roberta tenía escrito todo esto en su computadora, jefa. Encontramos que la ahora occisa se encontraba escribiendo su artículo para la revista Marí Claré, donde ella era columnista. Sí, una pena que haya muerto la señorita Estévez, a mí me dio tanta seguridad en mi carrera profesional... Pero eso no explica la hoja con la frase "muere, puta", que estaba en su regazo, Martínez. Ah, es que según Santillán, la mujer padecía transtornos de personalidad múltiple. Como quiera esperamos el dictamen del grafólogo para saber si fue ella o no la que lo hizo. Mire qué lindo cabello tenía. Si de veras se mató en un desdoblamiento de personalidades, desatada por un evento que agravó su ansiedad crónica, entonces sería una víctima más de la liberación femenina. Ni al caso con eso, Martínez. Ya vámonos de aquí.

Las dos mujeres salieron de la casa violeta en busca de un lugar donde comer sushi.

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