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jueves, 20 de octubre de 2011

Fotocopias

Hablando de Borges (o mejor dicho, leyendo a Borges, Tlön Uqbar, Orbis Tertius, para ser más exacta) y de la memoria y de los objetos creados por sugestión o esperanza, y de aquellos otros que se disuelven en el olvido de aquel ser único, dividido en todos sus pobladores, me di cuenta que le faltaba una página al juego fotocopiado del cuento (que no sé por qué diantres lo fotocopié para la clase de Literatura Hispanoamericana, si yo tengo mi propio libro: cosas mecánicas, de esas que le quitan el sentido a los actos realizados, en este caso, estudiar literatura), precisamente la que traía el clímax del asunto de aquellos pobladores idealistas, intolerantes a la simple suposición de la existencia del espacio, capaces de crear objetos a través de adjetivos.

Afortunadamente, como ya lo he dicho, tengo el original. Pero, ¿qué habría sido de mí, si hubiera leído el hrön del cuento, descrito dentro del mismo cuento -mi favorito, dicho sea de paso-? Porque por más que mi memoria sea más o menos decente, dudo mucho que hubiera recreado el texto tal cual. ¿Y si me hubiera puesto a rellenar las palabras faltantes con las mías? Sería un acto imperdonable, casi un sacrilegio: para Borges todos podrían ser Shakeaspeare si leíamos una línea de su obra, pero yo no podría ser Borges. En todo caso, lo estaría falsificando.

Fotocopias. Pensé. De eso está lleno el pensamiento humano en estos días. Quiero decir, del antiguo pensamiento humano, el que no alcanzó a gestarse desde un blog o una plataforma de internet. Con el encarecimiento de los libros a causa de las políticas económicas en uso, la información que realmente vale la pena, la ve difícil llegar a las personas: que el vulgo lea noticias terribles, la filosofía y el arte son ecos de un pasado que fue mejor. He notado incluso que algunos libros de ciencia comienzan a desaparecer de las bibliotecas, supongo que por haber sido superadas sus teorías. Ya saben, lo nuevo siempre desbanca a lo antiguo. Pero ¿y qué ocurre cuando lo nuevo no tiene la calidad suficiente para llenar el lugar del antiguo? ¿Y qué si alguien quiere documentarse cuál ha sido la evolución de cierto tema? Los resultados pueden hablar de ellos mismos, pero no de todos los elementos que anteceden a su contenido final.

Fotocopias, o pies de página, a lo mucho una cita en formato AMLA dentro de un texto. Eso es lo que ahora recibimos en este juego de la transmisión de las ideas. Justamente pasaba por la Facultad de Arquitectura cuando me detuve a leer una diapositiva de un estudiante de no más de veinte años. Decía: "Arquitectura Vernácula. Dícese de aquella que se construye a partir de una colectividad, basado en conocimientos empíricos. Christopher Alexander... ". La cuestión primera es, si realmente el chico se había leído al señor que mencionaba o si, como por arte de magia, sus conocimientos fueron mínimamente adicionados con la ayuda de la tecnología. La cuestión de fondo, la esencial, sería saber si el estudiante en cuestión recordará a Christopher Alexander, o si lo olvidará para que otro lo encuentre, quizá en la diapositiva que aquel estudiante dejó en la red, con apenas un extracto de todo lo que Christopher Alexander sabía al respecto, pero que la memoria colectiva ya olvidó, es decir, si su existencia (o no existencia) ya encuadra en el escenario que el cuento de Borges nos describe.

Fotocopias. Desde hace dos semanas sigo reflexionando que el pensamiento y la creación humanos, por ejemplo, la literatura o la filosofía, visto como van las cosas, queden condenados a transmitirse entre los jóvenes (y en general entre todo aquél que esté interesado en saber otras cosas) a través de simples fotocopias. Copias mutiladas, borrosas, copias que, por no estar engargoladas, se pierden, como si fueran pelusas en el aire. Una brizna y ya no hay nada, excepto todo el pensamiento humano de milenios, listo para hilarse otra vez.

Después de escribir esto, comienzo a darme cuenta de esa otra monstruosidad de Borges. Él odiaría los espejos y muchas otras tantas cosas. Yo, en estos momentos, le temo a la veracidad y severidad de sus observaciones. Ojalá que él hubiera creado este escenario donde realizo mis preguntas, que fuera él quien en realidad pensó los alcances de la globalización lejana y que yo no fuera sino una cosa pequeñita, algo que se disipa con abrir los ojos. Ojalá que mañana todos los libros del mundo se multiplicaran siendo siempre todos originales, para no perder aquello que tanto trabajo nos costó hacer, dada la naturaleza lineal de la lengua, y todos poseyesen, otra vez, el conocimiento no escindido del mundo, el conocimiento antes de imponerles las reglas del espacio tiempo. Ojalá que mañana murieran las fotocopiadoras, ya de perdido.


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