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miércoles, 22 de febrero de 2012

Miércoles de ceniza

La viejita con su cruz en la frente me da miedo. Tiene peinado a la Margaret Tacher, tiene la posibilidad económica de la prima venida a menos entre las primeras damas. Su mirada refleja todo el odio de los tiempos, sacros y paganos, archivados celosamente y expuestos como mujeres bonitas de cuadros. Ojalá no hable, presiento que emanará azufre de su boca. Huele a un incienso requemado, sus ropas han sido puestas tres o cuatro veces sin lavar, igual que sus prejuicios y los míos, que chocan: ver a la sesentona con la cruz en la frente me recuerda una pesadilla llamada infancia, dos listones de hija de María y el montón de culpa que aún por las mañanas hierve mientras pongo la cafetera.

No hay muchas personas esperando pagar en la fila. Yo sólamente llevo tres pares de medias caladas y la congoja de soportar a la señora con su cruz perfecta. Me retiro, voy hacia una fila interminable. Ahí soy nadie. Ahí puedo leer un TVNotas para llenar el hueco de los minutos que gasto (también se gasta tiempo en los supermercados) que me miran asustados aún, tras el acecho de la cruz de un miércoles de ceniza que tampoco cayó en jueves.

Pero la viejita de la cruz de ceniza volverá, estoy segura, el próximo año. "Por sus marcas los reconoceréis". A la viejita la veo en cada cruz.

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