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jueves, 23 de febrero de 2012

Wow / shhh!

La Literatura no está hecha para relatar los grandes momentos de la vida, quiero decir, aquellos que implican tal impronta de luz en el entorno y en los ojos, propia de una inmensidad completamente indescriptible. Los poetas lo saben y se lamentan en cada verso: la belleza que alcanzan es acotada en comparación a los milagros de hermosura que el ser humano está acostumbrado a sentir (o le han contado que existen y por eso viene a la Tierra a intentarlos). La Literatura está hecha para describir en fragmentos los eventos mayores. Ahí sí: que se den vuelo los escritores perfumando pasajes, fechas, caras, actos con cada letra, cada coma, cada signo hijo suyo.

Quizá por eso es que muchos aceptan la supremacía de la Música al respecto: no habla palabras, pero en una sóla nota puede atraer innumerables gotas de tiempo precioso, las gotas de un Cronos que deja el grifo medio abierto para que sus hombres beban un poco de agua, se encapsulen en ese estado agustiniano llamado presente pasado y vayan por más y más. La Música no pretende elogiar al fragmento: reconstruye con piezas delicadas el todo. Aún así, la Música tampoco se salva de la fuerza única de los milagros, de los eventos únicos que distinguen unas eras de otras, unas vidas de otras. El hombre viene aquí a reproducir el encanto, esté éste contenido en la tragedia o en la felicidad. Pero la tragedia y la felicidad siempre serán mucho mayores al resultado obtenido.

Acto sobrenatural e inexplicable, pudiera ser, sobre todo para aquellos que creen fervientemente en la existencia de algo más. Acto inabarcable, eso sin duda: el hombre es pequeño y bello. Su belleza crece cuanto más intenta recrearla en un solo acto creativo.

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