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sábado, 30 de agosto de 2014

Correr por la Alameda después de vivirla como hija y después como mujer es un acto puro de entregarse a cada árbol y decir que sí, que todo lo volvería a vivir, porque esta es mi vida y la amo por ser mi mejor obra.

Mirando hacia el horizonte lleno de cantera y señoras de dudosa cintura, divisando al final de éste la cúpula extrañísima de la Normal Superior, donde me presenté bailando y recibía premios, de pronto me sentí ajena al pasado y consciente de que estoy en el punto del cielo donde debía estar. He aprendido a amar y a escribir sin pedir nada a cambio excepto la luz y se me ha concedido.

Doy gracias por esta nueva pantalla. No sé qué vendrá, pero mi corazón ya está en su sitio y mi intelecto al fin encontró cabida. Dejé al mundo malagradecido y me entregué, con la ceguera de un niño al nacer, al nuevo hogar donde las flores como Andrómeda se prometen bellísimas al nacer.

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