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martes, 26 de agosto de 2014

Que si el Fondo de Cultura Económica violó los términos de su Estatuto Orgánico al servir como plataforma para entrevistas presidenciales, sí. Pero eso no es lo más grave.

Lo más grave, señores, es que la normatividad está siendo desplazada de su lugar de origen para ser ejercida desde su lugar de facto. Así, poco importa si una ley, un estatuto o un reglamento dicen algo o no. La verdadera imperatividad de una norma, cualquiera que sea su marco, en el siglo XXI está transitando hacia el ejercicio libre de quienes lo representan, de empresas interesadas en el manejo de dicha imperatividad, en la nula capacidad de la justicia para actuar, en los cánones recién compuestos para tales fines: se trata de quedar bien, no de hacer el bien.

La transición de la normatividad, al menos del Estado, hacia una sociedad global encabezada por ONG's y empresas multinacionales, ya se veía desde hace quince años. Si tiene alguien duda, que vaya al Facebook o al Youtube, en donde las personas cada día se creen más capaces de tender redes lo suficientemente fuertes como para advertir, señalar, juzgar e incluso imponer la ideología del resto del mundo. Si a esto le aunamos el favoritismo del ser humano por la imagen, tan exacerbado en estos tiempos, tenemos como resultado que ya no se puede hablar ni de derecho positivo, ni de derecho vigente, simplemente porque esos conceptos ya comienzan a dejar de ser manejados como tales. De que existe el derecho como noción jurídica, filosófica y política, lo hay, el asunto es ver en dónde se encuentra ahora y cómo será asumido, desde su continente hasta su fundamento ulterior.

Mientras tanto, recomiendo leer el acervo del FCE como si no hubiera pasado nada. Y es que en tiempos en donde hacer literatura es casi igual a hacer nada, poco importa si un payaso opresor viene y se sienta en nuestro sillón mullido para reflexionar sobre un país cada día más desnudo.

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