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viernes, 3 de febrero de 2012

Relato breve de la ternura

Tomó al dolor entre sus brazos. Le puso nombre y lo arrulló con una canción dulce, venida desde muy adentro de sus recuerdos, como hacía ya muchos años. Le tomó tanto amor que llegó a no darle un solo reproche, puras caricias para ese hijo-dolor que le había tocado tener. Simplemente lo cuidó con ese don que nada más se les da a quienes son llamadas como flores, estrellas o mares. Esa noche, igual que las otras, miró hacia el resto de la ciudad, silente, como de cristal acabado de nacer. Era imposible el nacimiento de las mariposas. Mejor era seguir arrullando al dolor con esmero.

Dicen que cuando nadie espera nada suceden las cosas. Y sucedió que al día siguiente, en vez de dolor, amaneció un canto sutil que se escapaba por entre sus dedos y fue a dar justo en el pecho. "Ternura", dijo llamarse la niña. Y salió brincando una vez más de su boca. "Ternura". Todas las aves la amaban, todas las nubes se vistieron de sol para la niña. La ciudad silente siguió siendo de cristal, su nombre no cambió ni tampoco el de los seres que la habitaban. Ella simplemente cantó mariposas de aire, de agua, de metal y de trigo. Y luego dejó la casa triste para contar la algarabía a los otros seres que aún arrullaban a sus tristezas con decoro.

3 comentarios:

Dylan Forrester dijo...

Realmente intenso y tierno a la vez.

Besos...

Anónimo dijo...

Yo nada espero de tanto ocurrir nada.

Edward Col. Andrew dijo...

Muy emotivo, tan emotivo para un texto tan pequeño que se vuelve intenso.