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sábado, 28 de julio de 2012

El gran ausente en la inauguración de las olimpiadas fue Morrissey. Seguramente él habría sido el único capaz de darle un sentido profundo a la temática de los juegos (o cantar "The Queen is Dead", para dar por terminada la parafernalia londinense). En verdad ha sido el horror mirar veinte minutos la repetición: de pronto se volvió comprensible el origen de la trivialidad que nos acoge en estos tiempos. Una que ni siquiera la propia revolución industrial habría podido justificar, medir o pronosticar.

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