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domingo, 14 de febrero de 2010

Que vivan...

Que vivan las manos toscas entrelazadas y aquéllas que alguna vez lo fueron, pero gracias a las uñas postizas ya no lo son más. Que vivan los colores brillantes, el brillo en los labios y el rímel negro. Que vivan las voces roncas, las graves y las sonoras diciendo “te amo”, y aquellas que suenan impostadas, pero que en realidad son las más francas, porque de ellas emerge la verdad de su interior; que vivan los hombros hechos delicados a fuerza de sentirse frágil y los hombros fuertes que se sostienen el uno al otro para seguir adelante. Que vivan el deseo y el erotismo. Los planes familiares ordinarios que convierten comúnmente extraordinario a cualquier ser humano sobre la tierra. Que viva la ilusión, que viva la fortaleza para ser quien se quiere ser, falda corta o pantalón, da igual, lo que importa es el amor. Que viva el empeño por iluminar la sombra impuesta por el oscurantismo cargada en la cruz y en los colores azul celeste, rojo y amarillo, tan políticamente hermosos. Que viva la oportunidad de despojar del prejuicio a quienes estén preparados para ello: el sexo nos determina, pero nunca nos detendrá si lo que queremos realmente es trascender no como persona, sino como espíritu y como ser. Que viva la objetividad en la sociedad, y la imparcialidad para detectar a virtuosos y defectuosos en todos los lugares, y no únicamente en este sector poblacional. Que viva el chispazo que un buen día iluminó a algún legislador, quien, queriéndose ganar a dicho sector, emitió una iniciativa de ley a su favor, la misma que ahora es una realidad. Que vivan los niños que pudieron no ser felices, o tal vez estuvieron a punto de ser violados por propios y extraños; de convertirse en ciegos para que otro niño con mejor suerte pudiera ver. Que vivan los niños que estuvieron a punto de engrosar la realidad de la drogadicción en la niñez mexicana porque la soledad y el DIF no son suficientes. Que vivan los niños que no se autodañarán porque no les faltará el abrazo de un padre y una madre, o de dos madres o de dos padres (también da igual). Que vivan las flores regaladas en una noche cualquiera, frente a quien ha vivido dos vidas en una misma. Que vivan las canciones hechas para los amores que antes eran imposibles. Que vivan los abrazos y los besos fogosos que antes eran única y exclusivamente propiedad de los pubertos y los amantes recién encontrados. Que vivan las sortijas en las manos de dos seres que, perteneciendo al mismo cuadrante, hallaron en el otro (o la otra) un motivo para no detectar la negrura que a veces tiene esta vida. Que viva el amor, que viva por fin su concepto universal, su paradigma total. Que viva el amor entre bigotes o cinturas perfectas una mañana en un parque, y una tarde llena de neblina y café recién hecho. Que viva el amor gay entre la claridad.

Atentamente,

Una heterosexual.

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