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domingo, 24 de noviembre de 2013

Que estoy muy deprimida, sí. Que tengo unas inmensas ganas de llorar porque no sé dónde está todo ni cuál es su lugar, aunque lo esté viendo, también. Que he perdido todo, hasta la risa, es muy cierto. Que hay días en que despierto y me pregunto para qué esta obra de un cromosoma y un óvulo inesperados, casi, casi a modo de calvario. Que me sobreviven la música y la literatura y el amor con el que caminan mi alma y mi corazón, también. No me refiero al amor que alguna vez di y (tal vez) recibí como hembra, hablo del amor de Dios, porque, aunque no lo crean, yo sí creo en él: Darwin y quienes escribieron la Biblia eran unos reverendos estúpidos. Dios no.

Que me obligo a cantar y bailar, a no pensar en el pasado porque todavía me duele mucho, muchísimo, es indudable. Que tengo muchas preguntas sobre el futuro pero a como veo el mundo agradezco la oportunidad de la música y las palabras en el tiempo presente, es más indudable aún. Nunca me he jactado de llorar en público y jamás lo haré, pero eso no significa que no me duelan las traiciones, el desparpajo con el que han sido despreciadas mis intenciones de erigir campos nuevos para los que me importan. No dejo de pensar que la alegría será mi fortuna, y por eso me dedico a dar gracias por lo que no veo y siento, aunque parezca el acto más idiota del mundo y eso más bien se llama una esperanza bien cimentada en mi corazón: estoy libre y quiero ser la dueña total de mi propia libertad, con eso basta.

Que esto a nadie le importa, lo sé, y lo agradezco bastante.

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