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jueves, 28 de enero de 2010

Tengo ganas

Tengo ganas de dormirme mucho mucho y que mis pendientes se hagan todos como por arte de magia. De vestirme como nadie más lo hace (y como solía hacerlo en la prepa, en la carrera -la primera) y que me valga si conservo mis amistades o no. De no temer lo no temido, ni de no temer lo que se supone debe temerse. De comerme un pastel entero con nieve de chocolate y que la michelín se quede callada y me deje en paz. De sentarme a ver el atardecer, a pesar de mi bronquitis, de imaginar que pasa un marciano y me saluda galantemente. Tengo ganas de no pensar demasiado en el futuro de las masas, de los panes que escasean y de mi propio futuro, mi posición ante los demás y su bendita opinión: si hago y les gusta, perfecto, si escribo y lo entienden, me parece maravilloso. Si no, también me parece perfecto y maravilloso. De matar con mi pluma mis monstruos, de elevar casas gigantes con sólo abrir mi cuaderno de notas -o en su defecto, mi lentium. Tengo ganas de servirme y sentir que no me sirvo si no respiro el polvo que me produce tanta alergia, de que un ave platicara conmigo. De verme de niña y contarle lo que será y decirle que no está tan mal después de todo. Tengo ganas de comerme al mundo con solo mirarlo. Y tengo ganas, también, de hacer magia con mis palabras y lograr darles una intertextualidad amorosa como ninguno de mis poemas lo ha conseguido, creo yo, en todo este tiempo. Ganas de fabricar un cuento y sumergirme en él, a ver qué pasa. De pintarme la cara para parecer de nuevo la bailarina de flolklórico que fui, y luego irme a una periferia a bailarles, a darles un poquito de felicidad con mis polcas. De dibujar a gran escala y luego quemar los dibujos. De pintar la pared de mi cuarto con todas las frases que no he dicho, porque a estas alturas hasta para una escritora está vetado decir lo que se siente de verdad: nadie, en especial un escritor, se salva de sentirse rechazado en algún momento, en algún lugar o en cierta circunstancia. A lo mejor por eso se es escritor. O a lo mejor el rechazo es el cuento de otro escritor que está pensando en ti como escritor que está siendo rechazado. Tengo ganas, pues, de decir que me vale el silencio, aquí, en la escuela o frente a los que ya no son mis amigos, con los que partieron y no volverán nunca más. Pero más que cualquier cosa, tengo ganas de llamarme Marlén Deyanira por esta tarde, y olvidarme de todo intento de intentar. Respirar. A lo grande, como hace una semana que no puedo hacerlo.

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