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lunes, 27 de julio de 2009

El desastre con Sabaska

Creí que podría ser la tía adoptiva perfecta para Sabaska, la nueva mascota de mi hermana. Pero no. Para empezar, creo que me dio alergia su pelaje el primer día que llegó. Luego, tardé horas para conectarme con su código de necesidades primordiales: la pobre ladraba como una perrita digna de llevar a perros neuróticos anónimos y yo sólo pensaba que era parte de su adaptación al medio en el que estaba. Ya luego me di cuenta que era porque quería defecar. Lo mismo ocurrió con la hora de ir a su arbolito, pero ya me agarró menos desprevenida. De cualquier manera, mi mamá o mi hermano se encargaron de llevarla al cadalso -el jardín, por algún motivo le tiene miedo, acaso será por sus pequeñas dimensiones de cachorrita de dos meses-. Yo pasé sin ver.

Tampoco soy muy buena para reaccionar en caso de llanto canino. Mi hermano la sacó para que se acostumbrara a estar afuera de la casa, y la Sabaska de inmediato comenzó una tragedia griega en el patio de mi lavandería (y digo "mi" porque soy la única que la usa). Realmente fue divertidísimo levantarme con cuatro horas dormidas y gastritis al tener la serenata de la canuta en mi ventana (la lavandería conecta con mi cuarto). Lo peor fue verle salir una lagrimita de sus hermosos y melancólicos ojos azul cielo. Eso sí que parte almas de acero y corazones de pollo encubiertos.

Creo que para lo único que soy buena, es para tres cosas: rascarle la panza hasta hacer que se quede dormida -sea porque la relajan mis dedos o porque la que acaba dormida soy yo y ella no tiene más remedio que imitarme-, dejar que me muerda mis uñas pintadas de púrpura y no mis chanclas (comienzo a pensar que es una samoyedo adicta a las sustancias fuertes como el esmalte, el acetona y la gasolina, igualita que su tía adoptiva, o séase yo), y para cambiarle el nombre: soy mexicana y soy sarcástica, así que de Sabaska (que se pronunica Sabatchka) pasó a Chubasca y de ahí a Chubaca... y cualquier parecido con el monigote de La Guerra de las Galaxias es merita coincidencia.

Le ha molestado tanto el nuevo mote de la perrita a mi hermana que ha optado por dimitir todo intento mío por rememorar los buenos tiempos de la URSS. Así que prudentenmente ha decidido cambiarle el nombre a Candy, quesque porque suena menos mamelucón. Ah, qué caray. Pero en casa seguirá siendo Chubaca... aceptémoslo, si algo tengo es que puedo persuadir a otros de las cosas más nimias cuando estoy convencida de que pueden funcionar. Y es que la perrita está tan peludita...

Estoy muerta. Trapeé cinco veces porque me da pavor tener bichos adentro de la casa. Ahora que los he erradicado, estoy segura que también erradiqué la turgencia de la piel de mis manos y ahora parecen las de la bruja de Blanca Nieves. Vamos, Blanca Nieves, cómete esta manzanaaa.

Lo único bueno es que sólamente vendrá a quedarse con nosotros los fines de semana para comerse los huaraches de Mikarnal y para roer las cortinas de mi jefa. Y para hacer de mí un guiñapo, también.

Arriba Chubaca. Y que venga el lunes, señores.

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