Sucumbí al Facebook:

viernes, 8 de enero de 2010

Bizco y aro negro

Hago el bizco para verme el aro negro de mis lentes que no traigo porque traigo los clásicos, los ordinarios de aro doradito. Meto las manos en los bolsillos de mi chaqueta y descubro que están mal cerrados. No me importa. Ya no me causa ansiedad la imperfección en mi indumentaria como cuando era una niña o una adolescente.

Prendo el televisor y me siento como en conteo de fin de año: la temperatura baja un grado más en intervalos de quince o veinte minutos. Odio el frío y me siento al mismo tiempo retada: dan ganas de salirse desnuda al patio, agarrar el frío, servir de antena para ver si los marcianos vienen y me llevan de aquí de una buena vez. Hace frío y yo tengo ganas de lanzarme del bongie.

El feisbuk sólo trae minutos de ocio, y la verdad no me interesa que los demás sepan que hoy tengo ganas de hacerme llamar por mi otro nombre, quién quite y una realidad paralela y más benévola se quede a dormir conmigo. El feisbuk es un chismógrafo que a veces me aturde porque sé que no me encuentro sola con el pesar de cargar un lastre de no sé dónde y sin un fin específico. El feisbuk se tarda en darme los avisos porque hasta él mismo sabe que no tienen importancia el 90% de las cosas que ahí suceden, excepto cuando alguien especial escribe en tu muro, ese muro que paradójicamente te abre las puertas a la vida de los demás, y sigue llamándose muro y no pizarrón. Será que no estamos en la escuela y el feis es para pasártela bien mientras eres bombardeado por un sinnúmero de publicidad chafa. No lo sé.

Junto las manos. Las junto para no escribirle las siglas S.O.S al ser en quien estoy pensando en este momento. Y luego me reconozco absurda y vuelvo a prender la televisión para hacer la cuenta regresiva que me traerá el día más helado de todos los tiempos. Siempre he dicho que el frío es un castigo y fui castigada por haber nacido un día en que caía aguanieve. No quiero ver blanco ni sentir gélidos vientos corriendo por mi casa. No me gusta andar como repollo. Si acaso me gustará hacer monitos en las ventanas...

Miro mi cama, veo el montón de cobijas debidamente tendidas y cubiertas por mi edredón lila. Pienso en los indigentes y me doy pena: sé que lloro a medias (más bien, para mis adentros) y canto canciones aguadas porque no me percato de la situación privilegiada en la que me encuentro: esta noche morirán cientos de niños y ancianos, y ellos jamás pudieron siquiera hilar una oración completa para que el Creador tuviera a bien reconocerlos sus hijos y rescatarlos del egoísmo exacerbado que nos hunde a todos aquéllos que siempre queremos más porque así estamos educados. Somos consumistas. El problema es que no todos queremos lo mismo, o mejor dicho aún, lo que algunos deseamos no se vende en las tiendas departamentales.

Vuelvo a encender el televisor: hasta el Canal 22 está en mi contra. ¿A quién le interesa conocer el trabajo de un pintor que se dedica a pintar puras parcas, más si estamos a cuatro grados bajo cero?

Hago el bizco para verme el aro negro de mis lentes que no traigo porque traigo los clásicos, los ordinarios de aro doradito. Lo he vuelto a hacer porque la primera vez no puse atención a lo que estaba haciendo. Suele pasarme cuando quiero evadir lo que hay. O cuando llevo horas sin poder dormir como dios manda.

2 comentarios:

Nedhel dijo...

Tranquila Marlén. El ocio más grande es vivir. Vivir nos hace ser ociosos. Vivimos porque no tenemos nada más que hacer. Hay mucho tiempo, demasiado, y son pocas o nulas las cosas "importantes" que podemos realizar. Sé feliz con lo poco que tenemos. Te quiero. Un abrazo.

Anónimo dijo...

nos quejamos e inventamos tonterias pero acordarse de lo que le cuentan los abuelos es mas seguro y practico cuando estudiaban y les tocaba cumplir con los ofisios que sus padres les asignavan nunca se mato ni se suicidaron por que no penzaban en cosas banas sino en su funsion y triunfos positivos