Los adultos hemos errado el destino del país. Es cierto. Nos cansamos profiriendo vituperios unos contra otros, llevando una guerra sin inicio ni sentido ni fin, alquilando sueños de otros lares, proclamando leyes inconexas y creando ideas políticas y económicas absurdas para ver a dónde nos lleva el barco.
Eso lo acepto. Somos partícipes del teatro que hemos creado con nuestra melodramática existencia, tan triste y patética que ya hasta da risa.
Lo que no acepto, es el horror en las caras de los niños y jóvenes de mi pueblo-ciudad.
Los sonidos sordos y reiterados, cual tambor descompuesto, deberían venir de las canciones estridentes, de los corazones precoces latiendo a mil por hora, del correteo en las horas del recreo. No de los disparos.
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Hace 44 minutos



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