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domingo, 20 de marzo de 2011

KUKULKÁN


—En unos momentos más: La tragedia en Libia sigue. Le tenemos imágenes del día. Además: Kukulkán, Kukulkán ya está aquí. Regresamos.

La música del corte le sonó como berrido de chivas a punto de ser matadas para convertirse en cabrito. Evidentemente eso lo había observado desde el cielo, cuando sabía que nadie lo recordaba (salvo uno que otro hippie o seguidor incauto del new age que a veces lo invocaba con fines afrodisiacos o de reencarnación de las cosas inertes en este mundo –jamás entendió por qué le pedían semejantes cosas: él sólo trajo el maíz y asustó a las gentes con los rayos. Y párele de contar) y sacaba su cabeza cuatro veces al año, sólo por el placer de dar calor a los seres de maíz precocido que dejó en la Tierra.

Estaba agobiado con el trato excesivamente cortés de la peinadora de copete alzado (“¿quiere que l’eche más esprái o cree que así aguanta?”), que mejor se puso a distraerse con el montón de máquinas y operarios de la televisora. Era demasiado mitote para enviar mensajes a las masas. A nosotros nos bastaban los artefactos de luz guardados en una que otra pirámide y ya los teníamos a todos bajo control: “’Hora verás, indio desobediente, ‘pa que no te sientas Kalimán”. Y zas, un rayote en pleno equinoccio de primavera y se estaban en paz y le trabajaban a uno la tierra. No cabe duda que los tiempos cambian.

—Está listo, ¿señor? Es tiempo de salir al aire —le dijo un morenito de pelos parados que le recordó a los viejos tributos recibidos allá, cuando el Popol únicamente era leído por los nobles y sacerdotes y para nada se vendía en jacalones con aire artificial y paredes amarillas.

Hizo un ademán regio. Sabía que no lo entenderían, pero igual lo hizo.

Se levantó de su asiento, pronunciando una bendición maya a la pobre mujer que lo había estado maquillando y peinando desde hacía una hora. “No me quedó como dios de los cromos de los años cincuentas, pero me cae que sí se parece al William Levy región 4. Diosito me lo bendiga, Don Cuco”, le respondió la dama.

Nadie sabía cuál era la intención del vocero oficial de las noticias televisivas al invitar a un dios en stock. Tampoco los itzáes entendieron los ánimos del viejo dios de querer regresar a la vida pública.

El señor de las noticias lo saludó nerviosamente. Sus ojos delataron el lapsus que en ese momento lo agobió hasta el cansancio: “¿Y a éste, en qué idioma le hablo?”.

Dada la universalidad de la lengua inglesa, decidió mantener el diálogo en aquel idioma. Glad to see you, Gucumatz.

El dios sonrió forzadamente.

— ¡Al aire! —dijeron otros morenitos con diademas oscuras.

El amo de las noticias se arrellanó en su silla giratoria de cuero negro para dar la bienvenida en cadena nacional al dios de los mayas y formularle la siguiente pregunta:

— Mr. Kukulkán: Why the Primavera?

Levantó una ceja. ¿Qué le pasa a este imbécil? ¿Por qué hila las palabras tan extrañamente? ¿Es que acaso viene de un mundo cercano y los mexicanos, en su estúpida benignidad, le han dado no sólo asilo, sino un puesto cumbre? ¿Por qué le pregunta esas cosas que le preguntaría un niño de primaria? ¿Cómo que por qué la primavera? ¿Sería acaso que quería saber por qué él se deslizaba en las pirámides en la primavera? ¿Y eso como que a colación de qué viene? ¿Pensará, también, que su presencia en el estudio proporcionaría, como por ósmosis, poder sexual y abundancias, con el sólo hecho de mirarlo sentado ahí? Él, el dios, estaba preparado para hablar de la transición y la posibilidad de regresar a los orígenes (Proyecto Kukulkratos), del fin del mundo según su calendario Tzolkin, del dragón que con su cola produjo la enorme ola de un mar nipón. Pero no de la primavera.

— Why in English? I’m a Mayan god, not the ambassador of Chichén Itzá in your country. And why are you asking me for the spring, aren’t you afraid about the end of your tiny, stupid TV-world? —respondió severo al conductor.

Te pasaste, Kuku. El conductor se puso más nervioso aún. Todos acá sentimos penita ajena y hasta agradecimos que nos pusieran el arcoíris mocho en la pantalla. Parecía que habías ido a Saltillo y no a la tele, dijo Tepeu. Pero es que el señor sí estuvo muy manchado. Mira que preguntarte por la primavera. Si supieran que les queda bien poquito en la Tierra, chance y hasta te hubiera preguntado qué podrían hacer para congraciarse con nosotros.

Pero sabes bien que no podrían hacer nada, Tepe. Cuando decimos “hasta aquí llegó”, no hay nadie que nos persuada de lo contrario. En cierta forma, fue bueno que no llegara a mayores las preguntas de ese hombre. Dejémoslos que vivan sueños mexicas otro rato. Total, en esta vida todo se llega… Why the primavera… Hazme tú el favor.

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