"Estudio leyes, igual que usted. ¿Ya ve? Si sí me acuerdo. Yo decía: la maestra Marlén estudiaba eso y era muy feliz. Así que estudio eso". Yaneth, alumna de Francés en el San Lorenzo, 2005.
Ver a Yaneth en el supermercado me reveló una parte luminosa de mi pasado. Esa que enterré porque me dolió demasiado cómo terminó.
Curiosamente, me hizo feliz: jamás pensé que alguien notara en aquel entonces toda la vitalidad que había en mí, toda la ilusión que provoca tener 21, 22 años: levantarte, dar clases de francés a chavos clasemedieros, entender sus broncas, jugar con los niños de diez años a los que también les das clase, ir a hacer tu servicio social en el área legislativa del gobierno, creer en las formas del Estado, creer en crear la justicia esta vez y para siempre. Fue como si la vida me diera una polaroid en vida, un testimonio parlante de lo que fui...
Ahora hablo con un locutor chilango sobre el suicido, y sale a relucir Cioran. "Los optimistas son los únicos que se suicidan". Es cierto.
Por eso estoy viviendo mi segunda vida.
Ojalá que a Yaneth le vaya como debiera irle a la juventud en cualquier parte del mundo.
Por lo pronto, yo los seguiré torturando con mis cuentos raros.
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